Trotea publica los textos ganadores del primer Certamen de microteatro


Publicado el 30 de enero de 2019.

Entrega de premios del primer Certamen de Microteatro.

La asociación cultural Trotea, entidad sin ánimo de lucro dedicada a la promoción del arte y la actividad cultural desde 2003, ofrece a continuación los tres textos que han resultado ganadores del primer certamen de microteatro, tras el fallo del jurado, reunido el pasado 20 de diciembre, y la posterior apertura de plicas, el 27 de diciembre de 2018.

Los autores galardonados, que recogieron sus premios durante la asamblea general de la asociación celebrada el 27 de enero, son Miguel Ángel Martínez, primer premio, por su obra Paperclip; Ana Díaz Velasco, segundo premio, por Bajo la sombra del karité; y Pedro Catalán García, tercer premio, por Cien gramos de esperanza.

A continuación ofrecemos los textos íntegros de las obras premiadas.


Primer premio: Paperclip1

Autor: Miguel Ángel Martínez

1 Nombre de la operación con la que al acabar la II Guerra Mundial el gobierno norteamericano reclutó a unos 1.600 investigadores alemanes pasando por alto sus servicios a Hitler.


Los científicos de la Operación Paperclip  (foto:Wikipedia)

«Pero ahora que cada uno ha conseguido lo que más deseaba
y tiene un reino donde gobernar, yo quiero volver a Kansas»

Frank Baum, El mago de Oz

La escena está dividida en dos espacios iguales por una línea imaginaria perpendicular al foro. El de la izquierda es la sala de interrogatorios. En él hay una mesa y dos sillas. En una de ellas está sentado RALF BRAUN. Es un hombre de mediana edad y lleva una camisa de manga larga arremangada y algunos botones desabrochados. Todo en él refleja a la vez cansancio y orgullo. De pie junto a la mesa, sobre la que descansa una gruesa carpeta con papeles, está el INTERROGADOR, más o menos de la misma edad que el otro hombre y vestido con cierta elegancia. Tiene en una mano una hoja de papel en blanco y en otra un clip metálico. El espacio de la derecha es una estancia de una casa que habitaba el matrimonio Braun. En ella hay una mesa tocador y una silla donde se sienta DORA BRAUN. Es una mujer en la treintena y lleva un albornoz sobre un camisón corto. Tiene el pelo húmedo y una pequeña toalla sobre los hombros. Sobre el tocador hay un cepillo de pelo, diversos frascos de perfume, maquillaje, una botella de whisky mediada y un vaso vacío.

Aunque el año en que transcurren los hechos de los dos espacios es el mismo: 1945, el tiempo de la izquierda es posterior a la finalización de la guerra y el de la derecha transcurre en enero o febrero. Durante la acción el INTERROGADOR y DORA BRAUN no interactúan en ningún momento. Son completamente ajenos el uno a la otra.

INTERROGADOR (Sosteniendo el papel en alto y al trasluz.): Una hoja de papel en blanco. ¿Qué cree usted que podría hacerse con una simple hoja de papel en blanco, señor Braun? (Pausa.) A cualquiera se le ocurriría lo típico: una pajarita, un barquito, un avión, una bomba volante, un cohete espacial, un satélite artificial… Un montón de cosas sin duda, pero cosas que, al fin y al cabo, pueden hacerse con otros materiales diferentes al papel y una mente capacitada para manipularlos. No obstante, aunque aquí el experto en química es usted, permítame asegurarle que no hay materia prima de mayor dureza que esta: el papel. (Pausa tensional sobreactuada.) Sí, querido amigo, en esto, el papel supera incluso al diamante, porque puede aguantarlo todo, absolutamente todo. ¿No cree? (Sonríe hacia BRAUN. Este se limita a observarlo.) Es natural que a un hombre de ciencia le cueste dar crédito a semejante afirmación, así que, con su permiso, procederé a demostrárselo empíricamente. Oh, ante todo, la prueba, ¿no es así?, la prueba universalmente factible y plausible. (Pausa. Se acerca a la mesa.). Observe atentamente. (BRAUN lo mira de soslayo. Con reconvención.) He dicho atentamente. (BRAUN levanta la vista y mira de frente con cierto desafío.) Así está mejor, gracias. Por un lado, tenemos, sobre la mesa ese montón de papeles sucios, una gruesa pila de informes malolientes, un execrable expediente que lleva su nombre y que resume toda una vida regular, una extensa obra y algún que otro milagro. Y por otro lado, tenemos: en mi mano derecha un humilde papel en blanco y en mi mano izquierda un diminuto clip metálico. (Colocando el clip en el papel.) Juntos, el papel y el clip, poseen la facultad de conformar una aleación indestructible. ¡Eureka! (Un relámpago sin trueno posterior ilumina la escena y BRAUN se incorpora. Va hacia DORA, sentada frente al tocador. Él se acerca por la espalda y le da un beso en la cabeza. Ella se asusta por un instante y sale de su mutismo.)

BRAUN: Estás empapada. Al final te pilló la tormenta. (Comienza a secarle el pelo con la toalla.) Cabecita loca… Te lo advertí, pero solo a ti se te ocurre salir a cabalgar con semejantes nubarrones a la vista.

DORA (En su voz se denotan leves efectos del alcohol.): A veces me asfixio en esta casa. Hoy era uno de esos días en que me estaba asfixiando… (Pasando sus dedos por el borde del vaso.) Y si no salía me iba a ahogar…

BRAUN (Con una sonrisa forzada.): Por muy desapacible que esté el tiempo, siempre será mejor salir a tomar el aire que quedarte a tomar whisky. (Pausa. Condescendiente.) Lo sé, Dora. Pasas aquí sola casi todo el día. Ojalá las cosas fuesen de otra manera. Ojalá no estuviésemos perdiendo la guerra. Ojalá dispusiésemos de más tiempo para yo dedicarte un poco a ti. (Deja de secarle el pelo y se encara con ella. Dulcemente.) Pero estamos muy cerca de darle la vuelta a la situación en el último momento. En laboratorios secretos por toda Alemania cientos de investigadores hacemos sacrificios para conseguir el arma definitiva. Entonces, cuando acabemos con el enemigo, volverás a pisar los escenarios con más fuerza y mayor éxito que nunca. (La abraza.)

DORA (Como si no hubiese reparado en las palabras de su marido.): Me refugié de la lluvia en el bosque.

BRAUN: ¿En qué bosque?

DORA: Bueno, no sé si se le puede llamar bosque a esa arboleda raquítica.

BRAUN: ¿Qué arboleda?

DORA: La que linda con uno de los flancos del campo.

(Silencio. La expresión de BRAUN se endurece. Se separa de ella.)

BRAUN (Con dureza.): Esa fue la única cosa que te pedí cuando nos trasladamos aquí, Dora, la única, el primer día, ¿no lo recuerdas?

DORA (Toma el cepillo y se peina.): La única… la única. Claro que lo recuerdo. Quizá por eso hoy decidí cabalgar hasta las inmediaciones del campo. (Pausa. Amarga.) Desde lejos es muy bonito, parece una granja bien cuidada. Incluso llegué a tener la ilusión de verte salir de alguno de los edificios con un peto de trabajo y un sombrero de paja.

BRAUN: Siento desilusionarte, pero los científicos estamos todo el día encerrados en la nave del laboratorio y llevamos batas blancas… (Pausa.) Estoy agotado. No quiero hablar más de ese tema. No vuelvas más por allí y ya está. Ha sido una imprudencia.

DORA: Los científicos en su laboratorio, los soldados en sus puestos de guardia y los prisioneros en sus barracones…

BRAUN: Personal del proyecto. Todos.

DORA: Incluidos los prisioneros.

BRAUN: Todos.

DORA: Y les pagan como a personal, por supuesto.

BRAUN: Son judíos con cierto grado de formación, mano de obra cualificada y, por supuesto, gratuita. Te aseguro que gracias a su utilidad están mucho mejor en el nuestro que en otro campo de trabajo ordinario.

(BRAUN, disgustado vuelve a sentarse frente al INTERROGADOR, que prosigue su exposición. La mujer continúa peinándose mientras tararea Over de rainbow, como Judy Garland en la película El mago de Oz.)

INTERROGADOR: Juntos, el papel en blanco y el clip pueden convertirse en aliados invencibles contra su pasado. Contra su carnet del Partido Nazi, contra esa utilísima patente derivada de la morfina y la mescalina, su célebre «suero de la verdad», que se empleaba en los insuperables interrogatorios de la Gestapo; contra su inestimable labor en la compañía química IG Farben para la optimización de la letalidad del gas Zyklon B desde su fase de experimentación con prisioneros judíos hasta su «popularización» en todos los campos de exterminio; contra sus valiosísimas investigaciones para la consecución del -disculpe mi pésimo alemán- Vergeltungswaffe-2, más conocido como el cohete de artillería de largo alcance V2, una bomba volante capaz de transportar una tonelada de explosivo nada menos que a trescientos kilómetros de distancia …

DORA: Oh, Ralf, cuánto me hubiese gustado verte salir disfrazado con un peto azul, una camisa a cuadros y un sombrero de paja…

INTERROGADOR: Ahí, en esos documentos amarillos pone que usted se encargaba incluso de escoger a los prisioneros idóneos para desarrollar sus «investigaciones», «pruebas», «experimentos» o como quiera llamar al sacrificio de unos veinte mil ratoncillos blancos judíos…

DORA: No sabes cuánto me habría gustado que hubieses sido tú, Ralf, pero fue una mujer quien abrió una puerta desconchada en algún lugar de la lluvia y se echó a correr y se detuvo a unos pocos pasos de la alambrada, frente a mí. (BRAUN vuelve hacía donde está su mujer. Ella ha dejado de peinarse y se ha levantado.) Era muy joven, muy delgada, muy pequeña y tan pálida… que no me veía. La lluvia le pegaba su vestido gris al cuerpo. Y no me veía, porque tenía la cabeza echada hacia atrás, hacia el cielo negro de lluvia y en él se frotaba los ojos. No hacía otra cosa que frotarse los ojos. Se los frotaba desesperadamente con los puños, como si quisiese borrárselos. Salvajemente se los frotaba, como si quisiese arrancárselos.

(Silencio. Después de unos momentos, BRAUN esboza una sonrisa. Toma la botella de whisky y el vaso. Desde cierta altura echa el whisky hasta mediar el vaso, mientras habla sonriendo forzadamente.)

BRAUN: Etanol: líquido incoloro, de olor fuerte e inflamable con un punto de ebullición de 78,4° C, conocido comúnmente como alcohol etílico. Su fórmula química: CH3-CH2-0H y es el principal producto de las bebidas alcohólicas y está presente en múltiples bebidas alcohólicas. En el whisky, por ejemplo, entre un 40 y un 60%. En la industria química puede utilizarse como combustible. Además, uno de sus derivados, el acetato de etilo, es un solvente ideal para la composición de sustancias explosivas.

INTERROGADOR: Paperclip. (Esgrime sonriente el papel con el clip.) Paper-clip. A los americanos nos encanta poner nombres originales e ilustrativos a las operaciones. A esta la bautizamos Paperclip y a día de hoy participan en ella compatriotas y colegas suyos como Walter Dornberger, Benzinger, Hubertus Strughold o Klaus Fuchs. Incluso su viejo maestro de la Universidad de Munich, el doctor Arthur Rudolph, trabaja con nosotros. Estoy seguro de que, en un futuro no muy lejano, a alguno de ellos le caerá encima de Premio Nobel.

DORA (Vuelve a sentarse abatida y comienza a maquillarse exageradamente.): Oh, Ralf, cuánto deseé que salieses de tu maldito laboratorio en aquel momento. Si tú hubieses salido a la lluvia aunque fuese con esa estúpida sonrisa de trapo tan tuya pintada en la cara, todo habría sido distinto para aquella chica. Y también para mí.

BRAUN (A su mujer.): Esa operaria no tomaría las precauciones debidas y sufriría un accidente manipulando el etanol, que le produciría una irritación ocular severa. Suele suceder. Esta vez perdería los nervios y saldría a lavarse los ojos con la lluvia.

INTERROGADOR: Usted mismo ¿por qué no? ¿Se imagina pasar a la historia por sus valiosas aportaciones en… supongamos… el desarrollo de la tecnología de la difusión gaseosa para producir uranio enriquecido? ¿Se imagina en este folio ahora en blanco las palabras de agradecimiento a la Academia Sueca? (Desprende el clip del folio y lo pone sobre el expediente. Recreándose como un mal actor en la metáfora.) ¿Se imagina su discurso de aceptación del premio en el gélido Estocolmo impreso en esta hoja impoluta, fría y afilada como… -permítame la licencia poética-: una punta de iceberg que emerge de un pasado que merece ser hundido como un pecio horrible en una llanura abisal?

(BRAUN está en medio de los espacios y presta desazonadamente atención a ambos personajes.)

DORA (Se incorpora, ya grotescamente maquillada.): No sabes cuántas veces deseé que hubieses sido tú, pero fue el grito del soldado y el ladrido del perro lo que se escuchó en la lluvia. (Pausa.) No sé si fue primero el grito y después el ladrido o al revés. No sé si era el soldado del casco de hojalata el que ladraba o el perro negro, flaco y de cola mutilada el que gritaba: «¡Alto! ¡Vuelve al barracón!»

INTERROGADOR: Sí, señor Braun, en estos nuevos tiempos más que nunca todo se reduce a una cuestión de merecimientos y necesidades y, de la misma manera, todas las preguntas que le hago se reducen a una sola: ¿Merece la pena desperdiciar sus conocimientos y su talento investigador precisamente cuando más se los necesita, cuando ahora lo que urge es pararle las patas a Stalin, a ese lobo estepario que hace que Hitler a su lado parezca un tierno corderito?

DORA: Entonces la mujer bajó la cabeza, abrió los ojos y me miró. Sus ojos rojos de ratona albina de laboratorio me miraron y detrás de ella volvieron a ladrar alto que como diese un solo paso más hacia la valla disparaban: «¡Alto! ¡Como des un solo paso más hacia la valla disparo!». Y no sé si era el perro el que apuntaba con su muñón erecto o era el soldado el que lo hacía con su pistola de hojalata porque me era imposible hacer otra cosa más que mirar sus ojos.

INTERROGADOR: Mi gobierno sabe que usted es un hombre nacido para la ciencia y que a ella se dedicó por entero hasta que, movido por el natural y justo amor a la patria, cayó deslumbrado en la adoración de un loco. Somos conscientes de que no fue usted el único, que también les ocurrió a muchos alemanes de buena fe.

DORA: Ella seguía mirándome mientras yo te esperaba, Ralf, pero tú no salías. No salías nunca. Así que la que dio el paso y gritó fui yo: «¡No dispares, estúpido!».

INTERROGADOR: y ahora los Estados Unidos le ofrecen la oportunidad de redimir su caída contribuyendo a plantar cara al comunismo que amenaza al mundo civilizado.

DORA: Y al instante ellos me reconocieron: nada menos que la esposa del director científico Ralf Braun. «¡Frau Braun!» ladraban sorprendidos; «iFrau Braun!», estúpidos, fríos y cobardes; «iFrau Braun!» mientras bajaban el muñón y la pistola. INTERROGADOR: Y si después de lo que le estoy diciendo aún no lo ve del todo claro, doctor Braun, sepa cuáles son las dos opciones que le quedan: o trabaja con nosotros o no trabaja para nadie. Entenderá que los Estados Unidos no pueden arriesgarse a que usted caiga en manos bolcheviques.

DORA: Entonces la mujer también pareció reconocerme. Me sonrió y pronunció mi nombre: «Dora Braun». Apenas un susurro.

INTERROGADOR: Le seré franco. Si declina acogerse al Proyecto Paperclip, no podremos evitar que se le juzgue por crímenes de guerra. Ante una condena a muerte más que probable, solo estaríamos en condiciones de procurarle veinte o treinta años en una prisión federal de máxima seguridad.

DORA: No: dos susurros. En realidad fueron dos susurros en dos pasos leves, en dos pasos en punta casi sin tocar el suelo, en dos tiempos: «Dora-Braun», en dos latidos, dos parpadeos, dos aleteos: «Dora-Braun».

INTERROGADOR: Para entonces sus conocimientos estarán desfasados, no servirán ni a los soviéticos y usted ya no representará ningún peligro para nosotros.

DORA: Fue un «Dora-Braun» que llegó y dejó su mano en la valla electrificada con la misma delicadeza que se posa un pájaro en la barra de ejercicios. (Otro relámpago sin trueno ilumina la escena. Durante su intervención, DORA se ha acercado al papel que está sobre la mesa y pone su cara sobre su superficie y deja impreso su maquillaje en él justo en el momento del relámpago. Solo BRAUN observa esta acción.)

INTERROGADOR: En todo caso y por muy lamentable y costosas que fuese la pérdida para la ciencia moderna, aunque viejo, usted sería un hombre libre que habría purgado su culpa por una vía menos agradable y, desde luego completamente inútil.

(Silencio. El INTERROGADOR le ofrece el clip a BRAUN. Después de unos segundos, BRAUN lo toma y lo coloca en el expediente cubierto con el papel en blanco -ahora manchado por el maquillaje de DORA– sobre la mesa. El INTERROGADOR, satisfecho, toma el expediente. Inicia el mutis, pero se detiene y se vuelve a BRAUN.)

INTERROGADOR: Y hablando de pérdidas, ahora que estamos en el mismo barco, permítame una observación personal, doctor Braun. Sentí mucho la trágica muerte de su mujer. Verdaderamente fuimos muchos los americanos que la lamentamos. Aquí se valoraba su trabajo tanto o más que en Europa. Era una gran artista y estoy seguro de que en las circunstancias actuales se le habrían abierto las puertas de todos los teatros de Broadway e incluso los estudios de Hollywood. En fin, una pérdida irreparable. (Sale. BRAUN se levanta y apura el último trago de whisky del vaso. DORA se quita el albornoz y se queda en camisón corto.)

DORA: Solo a mí otra vez se me ocurriría salir otro día. Entonces hacía tanto frío que dejo el caballo a resguardo en el establo y salgo sola a la nieve. Llevo tanto etanol en el cuerpo y en los ojos que no siento los copos en la piel. Y camino desnuda en la intemperie y la ventisca toma mis pies descalzos y perdidos y me los pone en la orilla del lago de escarcha, casi hielo, en el borde de un espejo en blanco silencio, en el filo de una lámina de papel de cebolla, finísima hoja de diamante en bruto, prisma de vidrio del fondo del vaso donde se descompone la luz, oh, más luz como me contaba mi madre que dijo Goethe en su lecho de muerte y también entre las manos suyas translúcidas, ya casi transparentes por la tuberculosis, leyendo bajo la claridad de la ventana de la biblioteca de casa mientras fuera nevaba y el joven Werther se suicidaba estúpidamente, cobardemente, fríamente, dando un paso hacia una luz dada a luz por la nieve en la intemperie que me cegaba, abrasadora y helada, que me atraía paso a paso, paso a luz, sobre las aguas del lago que sostuvieron por un instante el blanco peso de mi cuerpo sin nada hasta que se deshizo toda la luz en añicos de arco iris.

(Un último relámpago inunda la escena. Con el rugido del trueno se hace el oscuro final.)


Segundo premio: Bajo la sombra del Karité

Autora: Ana Díaz Velasco

Ejemplar de árbol del Karité.

Habitación humilde. Mesa con una cafetera, una taza, algunos cuadernos abiertos, rotuladores, celofán, una lámpara, un teléfono antiguo de baquelita, un contestador automático, una vela y unas cerillas. A su lado, un taburete. También habrá un perchero con una chaqueta (tipo guayabera) colgada. En la pared, una ventana con contraventanas rústicas que se cierren desde su interior. A la derecha, una cama individual sobre la que habrá bastante ropa desperdigada y una maleta antigua. A un lado, una mesilla con otra lámpara. Apoyado en un lateral de la cama, un póster enmarcado, lo suficientemente grande para que se pueda apreciar la imagen: una mujer blanca de avanzada edad abrazando a un niño de color con una aldea africana de fondo, ambos sonríen; sobre ellos, unas palabras que dejen adivinar que se trata de propaganda de una ONG. Cajas de cartón por el suelo.

OSCURO. Ruido exterior de turbamulta: voces exaltadas en algún idioma africano, sirenas, megáfonos… Se encienden las lámparas progresivamente, la luz es bastante tenue. MARIE (unos 50 años, vestida con ropa fresca y cómoda: pantalones holgados y camisa de lino blanco, por ejemplo) está mirando a través de la ventana (de espaldas al público). De repente, el ruido de unos golpes (sonido de puños golpeando chapa) la sobresalta y cierra a toda prisa las contraventanas. Los ruidos exteriores se mitigan. Suena el teléfono (timbre estridente). Descuelga tras un rato. Se queda en pie.

MARIE: Dígame… Buenos días, buenos días, señor Cónsul… Sí, por supuesto, soy plenamente consciente de las circunstancias… Hombre, guerra civil, lo que se dice guerra civil, igual suena un poco exagerado, ¿no cree?… ¿Cómo?… (Tono preocupado.) ¿Estado de excepción?… Entiendo, entiendo, no pensé que la situación fuera tan dramática… Pero, ¿todos?… ¿Todos los vuelos?… De acuerdo, conforme, en ese caso… Dos horas es suficiente, no se preocupe, ya había empezado a hacer el equipaje… Claro, claro, no me muevo de aquí… Quedo a la espera… Muchas gracias, muchas gracias, señor Cónsul…

MARIE cuelga y se sienta en el taburete mirando al infinito. Tras un rato, empieza a ordenar la mesa: cierra los cuadernos, los apila, junta los rotuladores desperdigados… Se levanta y va hasta la cama. Abre la maleta. Comienza a hablar mirando de vez en cuando el póster, interpela a la mujer que aparece en él (JULIE).

MARIE: Quince años, Julie, ¿te das cuenta? Quince años ya… Quince años desde que aterricé con mi maleta de piel y mis ganas de arreglar el mundo… (Saca de la maleta un objeto envuelto en papel de periódico por cuya forma se pueda intuir que se trata de un espejo de mano. Imposta la voz.) «En África no necesitas un espejo», me dijiste tajante. (Sin quitarle el papel de periódico, hace como que se mira en el espejo. Impostando voz.) «Un espejo es símbolo de presunción, de vanidad, de soberbia… cualidades que te sobran aquí en África»… Y yo, obediente, lo volví a guardar en la maleta… (Coloca el objeto sobre el colchón. Luego alza el póster y sigue hablando, mirándolo.) Aquí en África… África que atrapa, que sobrecoge, que cautiva… (Impostando.) «Ya nunca te querrás ir. Nunca querrás volver.» (Suspira profundamente. Apoya el póster en el suelo.) Volver… (Empieza a doblar, muy despacio, las prendas desperdigadas y las va colocando concienzudamente dentro de la maleta. Esta acción acompañará toda esta parte del monólogo. Con tono irritado.) ¿Acaso crees que es fácil tomar una decisión? ¿Acaso crees que es fácil tomar «cualquier» decisión?… Tú no te has visto en este brete, Julie, tú no te has visto… Cuando nos dejaste, aún no había empezado esta locura, este horror… Pudiste cumplir tu sueño, «tú» sí lo pudiste cumplir… Morir aquí, en África, morir de anciana, que te enterrasen bajo el Karité, que te enterrasen bajo su sombra, con los críos correteando cerca… Los críos… (Vehemente.) ¿Y qué culpa tienen ellos? ¡Dime! ¿Qué culpa tienen de esta sinrazón?… No es fácil, Julie, no es fácil tomar una decisión… ¿Volver? ¿Volver pensando que el esfuerzo ha sido en vano? ¿Volver dudando si ha valido la pena?… (Impostando.) «¡Siempre vale la pena! ¡Siempre!», insistías cuando yo desfallecía, (Impostando.) «¡Siempre!», si algún crío caía enfermo, si algún crío… (Impostando.) «¡Siempre! ¡Siempre!»… Pero tú ahora no estás, ¡no estás! Y yo no soy tan fuerte como tú, Julie, no tengo tu aplomo, tu coraje… Yo… Yo no soy tú… (Suspira profundamente.)

Vuelve a sonar la turbamulta en el exterior. MARIE continúa doblando prendas en silencio. Suena el teléfono (mismo timbre estridente). MARIE mira hacia él, pero no se mueve. Salta el contestador.

VOZ EN OFF DE MARIE: Hola, soy Marie, está usted llamando a la ONG «Bajo la Sombra del Karité”, deje su mensaje después de la señal. «Bonjour, c’est Marie, Éducation à I’Ombre du Karité, laissez votre message après le bip sonore». (Pitido de contestador.)

VOZ EN OFF MASCULINA: Marie, soy Paul, ¿dónde andas? Las noticias que llegan hasta aquí son poco alentadoras, espero que no se te haya ocurrido salir a la calle… Han llamado del Consulado y nos han dicho que la repatriación es inminente, me imagino que también se habrán puesto en contacto contigo… Por favor, llámanos en cuanto oigas este mensaje… Por cierto, sé que no es el momento, pero por aquí insisten en que te pregunte si ya te has decidido, me están presionando para que les des una respuesta… (MARIE deja de doblar y se sienta en la cama mientras escucha. Apoya los codos en las rodillas y las manos en la frente.) Yo creo que es una gran oportunidad, Marie, de verdad, no la dejes escapar… También se pueden hacer muchas cosas desde aquí, ¡muchas! Eres la candidata idónea, lo sabes. Necesitamos gente como tú para liderar la ONG, gente con tu formación, con tu experiencia. Toda la plana mayor está de acuerdo… Piénsatelo, Marie, por favor, piénsatelo bien. Para volver al trabajo de campo, siempre tendrás tiempo, hazme caso… Marie, te lo digo como director de desarrollo, es cierto, pero, sobre todo te lo digo como amigo … Bueno, llama en cuanto puedas, por favor, nos tienes muy preocupados. (Sonido intermitente de la señal.)

MARIE va hasta la mesa, descuelga el auricular, pero lo vuelve a colgar inmediatamente. Se sienta en el taburete. Se sirve de la cafetera. Pega un buen sorbo agarrando la taza con las dos manos.

MARIE: (Impostando.) «El café de Colombia tiene la fama, pero cuando pruebes el de aquí, ya no probarás ningún otro.»… Yo que no era nada cafetera, yo que me inflaba a coca colas para poder estudiar por la noche… Y eso que mi madre se empeñaba en prepararme café, ¡que las bebidas gaseosas son veneno!, decía… (Ríe.) Y mírame ahora, Julie, adicta al café africano, ¡de puchero!… (Nuevo sorbo. Los ruidos de la calle vuelven a intensificarse y se va la luz. MARIE, muy calmada, prende la vela que tiene sobre la mesa. Coge uno de los cuadernos apilados, un rotulador, rojo, y empieza a garabatear.) Les chiflan los rojos, a los críos les chiflan los rotuladores rojos, son los más cotizados… A veces hay auténticas peleas y no me queda más remedio que castigarles sin usarlos una semana. ¡No es justo!, protestan, no podremos pintar corazones… El otro día pillé a Badou cavando un hoyo bajo el Karité para esconder uno (Se ríe.) Cuando le pregunté qué hacía, me respondió que lo estaba plantando, que así el rotulador se reproduciría y podría compartirlo con los otros niños… (Simulando una voz infantil, en francés. Señala el suelo con el rotulador que tiene entre las manos.) «Maman Julie, est là. C’est vrai. Elle est là!», decía señalando la tierra con sus enormes ojos muy abiertos… Estaba convencido de que tú le ayudarías a multiplicar su rotulador, su rotulador rojo… (Se vuelve a reír.) Llevaba una bolsa de plástico en la cabeza como si fuera una tiara, parecía un auténtico faraón egipcio. Y me miraba tan serio, tan digno, que tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no reírme… (Ríe.) Ahora les ha dado por las bolsas de plástico, ya ves. Y mira que les tengo dicho que es peligroso, que se pueden ahogar, que si se las ponen en la cabeza, ¡les sudarán las ideas! Pero ellos, nada, ni caso, como quien oye llover… Hace dos años fueron los neumáticos, ¿te acuerdas? La rueda pinchada de aquella furgoneta, ¡un auténtico botín! Todos pellizcándola como locos, tratando de arrancar el trozo más grande… (Se ríe.) Y yo preocupada porque el caucho es tóxico, porque tiene muchos componentes químicos… ¡Pues como las bolsas de plástico!… A saber cuál será su próxima ocurrencia, a saber por qué les dará mañana… (Suspira.) Mañana… No es fácil tomar una decisión. No lo es, te aseguro que no lo es… (Gritos fuera. Ruido de sirenas. MARIE se acerca a la ventana y echa el pestillo de la contraventana. Apoya la espalda en la ventana.) Pasé tanto miedo, Julie, tanto… Golpes, gritos, llamas…Machetes destrozando la pizarra, los dibujos, garabatos…Todo el trabajo de los pequeños calcinado en cinco minutos… (De repente vuelve la luz. MARIE se acerca a la mesa y apaga de un soplido la vela. Saca de uno de los cuadernos un trozo de papel doblado, algo quemado, que desdobla y mira al trasluz.) ¿Tanto esfuerzo para qué? Dime, Julie, ¿para qué? i¿para qué?! (Da un último sorbo al café, posa la taza en la mesa y va hasta la cama donde vuelve a ponerse a doblar ropa y a meterla en la maleta. Impostando la voz.) «Ya nunca te querrás ir. Nunca querrás volver». Nunca, nunca, nunca… (Negando con la cabeza.) No es fácil, Julie, nada fácil. (Rompe a llorar, pausada, sin aspavientos.)

Suena el teléfono (mismo timbre estridente). Salta el contestador. MARIE, mientras escucha, va quitando las sábanas de la cama y doblándolas. También quita la sábana de la almohada.

VOZ EN OFF DE MARIE: Hola, soy Marie, está usted llamando a la ONG «Bajo la sombra del Karité», deje su mensaje después de la señal. «Bonjour, c’est Marie, Éducation à l’Ombre du Karité, laissez votre message après le bip sonore». (Pitido de contestador.)

VOZ EN OFF MASCULINA: (En francés con marcado acento africano.) «Bonjour, le sécrétaire du Consulat à I’appareil. C’est un message pour Marie Dupont. On viendra vous chercher à six heures et demie. On vous en prie d’être préte à I’heure, la voiture officielle ne pourra pas stationner longuement, car la situation dans les rues est très dangereuse. Salutations cordiales.» (Pitido intermitente.)

De nuevo se hace patente el ruido del exterior. Jaleo, sirenas, voces exaltadas…

MARIE: (Coloca las sábanas dobladas sobre la cama y se sienta en ella.) Golpes, gritos, llamas… Odio, Julie, infinito odio… Menos mal que era de noche, menos mal que no estaban los niños, menos mal que… Irrumpieron así, de golpe, de la nada, sus dientes blancos desgarrando la oscuridad… No eran más que dos o tres, pero yo estaba aterrorizada… Conseguí esconderme en el baño… Cuando por fin me atreví a salir, había amanecido ya. El aula estaba arrasada, ni una sola mesa en pie… Corrí hasta la aldea. Logré evitar que los niños fueran a la escuela; no quería que encontraran las cenizas de su esfuerzo esparcidas por el suelo… Esa mañana dimos clase bajo la sombra del Karité. (Impostando.) «Solo un árbol de raíces profundas puede proyectar buena sombra.», dice el dicho sudanés. Y es que el verdadero cimiento de la sociedad es una educación sólida, consistente, el mejor armamento contra la ignorancia. Libros como escudos, aulas como trincheras, rotuladores rojos… (Simula tener una espada y la agita en el aire.) ¡Cual espadas!… (Suspira.) Todavía no han podido regresar a la escuela… ¿Tanto esfuerzo para qué? Dime, Julie, ¿para qué?

Suena de nuevo el teléfono. Esta vez sí, MARIE va hasta la mesa y descuelga. De pie.

MARIE: Dígame… Hola, Paul… Sí, sí, he escuchado tu mensaje, pero tengo tanto lío con el equipaje… Ya, ya sé que estáis preocupados… La situación está controlada, no es para tan… La prensa siempre magnifica las cosas, guerra civil, lo que se dice guerra civil… Claro, claro… Entiendo… (Se sienta en el taburete. Tono serio.) Bueno, un coche oficial me lleva esta tarde al aeropuerto, ¿no? Así que no hay mucho más de lo que hablar… (Pausa más larga. Vehemente.) Aquí nos necesitan, Paul, «me» necesitan… Está bien, está bien, pero la revuelta pasará, más pronto que tarde, pasará, y entonces volveré, Paul, volveré, no voy a quedarme en París… Lo hemos hablado muchas veces, muchas, sabes perfectamente lo que pienso: ese puesto no es para mí, se me queda grande… Yo tengo que estar aquí, sobre el terreno, «aquí» soy mucho más útil… Mira, Paul, me da igual lo que pienses, me da igual lo que penséis todos, yo… ¿Cómo?… (Indignada.) ¿Egoísmo? ¿De verdad me estás hablando de egoísmo? ¿A mí? (Pausa más larga. Empieza a jugar con el cable del auricular.) Si, sí… Es cierto, todo lo que dices es cierto, pero… Los niños, «mis» niños… Ya, ya, si tienes razón, aunque… (Asiente.) De acuerdo, está bien, tengamos esa reunión el lunes… Sí, sí, te prometo que lo valoraré… En serio, Paul… Gracias, gracias… Espero que no haya demasiado retraso, seguramente el aeropuerto esté colapsado dada la situación… Adiós, adiós.

MARIE cuelga y se queda un rato pensativa sin quitar la mano del auricular (ya colocado sobre el teléfono). Se escucha de nuevo jaleo en el exterior (se une además, a diferencia de en momentos anteriores, el llanto de algún crío). Por fin MARIE reacciona. Baja hasta la cama, mete las sábanas también en la maleta y la cierra. Coge el espejo envuelto en papel de periódico que estaba sobre la cama, y se sienta a los pies de la misma, cara al público. Lo desenvuelve, le echa vaho y lo frota.

MARIE: (Impostando la voz.) «En África no necesitas un espejo»… (Mirándose al espejo. Impostando.) «Además, uno casi nunca se encuentra en su reflejo.»… (Se queda un rato contemplándose, con extrañeza. Se pasa la mano que tiene libre por el contorno de los ojos, por la comisura de los labios, como dándose de repente cuenta del paso de los años. Finalmente posa el espejo sobre la cama.) Pero, ¿y cómo sabe uno quién es? ¿Cómo es?… (El ruido de la turbamulta exterior se intensifica. Con mucha rabia.) ¿Tendrán «ellos» espejos? ¿Se mirarán? ¿Se encontrarán en «su» reflejo? ¿Se asustarán de sus dientes? ¿De sus dientes blancos? Blancos, cegadores, afilados por el odio… (Se cubre la cara con las manos. Suspira.)

Suena el teléfono de nuevo. Va hasta la mesa y descuelga.

MARIE: Dígame… «Bonjour, oui, oui, c’est moi… Très bien, d’accord, d’accord, en quinze minutes je serais prête… Entendu… Merci, merci bien.»

MARIE cuelga. Se pone a meter todo lo que hay sobre la mesa en una caja. Empieza por los cuadernos.

MARIE: (Impostando la voz.) «Solo un árbol de raíces profundas puede proyectar buena sombra.»… (Suspira profundamente.) ¿Y si Paul está en lo cierto? ¿Y si lo está por más que me empeñe en lo contrario?… Hay muchos árboles en el mundo, Julie, muchísimos árboles además del Karité… Mangos, fromagers, mafureiras… Jacarandás, caobas, banianos… Millones de árboles que gestionar desde París, millones de sombras que supervisar… ¿No tendrá razón Paul? ¿No será egoísmo lo que me retiene? ¿No será egoísmo lo que te retuvo también a «ti»?… África que atrapa, que cautiva, que no deja volver… (Con sorna.) Volver a una oscura oficina, a una mesa desde la que hacer el bien… Una mesa sobre la que habrá una foto, una foto de los críos, desde la que me sonreirán… Mudos. No les escucharé protestar, cantar, reír…

MARIE acaba de meter todo en la caja y la cierra con celofán. La lleva hasta la cama y la deja junto a la maleta. Suena el claxon de un coche en el exterior y, al momento, golpes en la puerta.

VOZ EN OFF MASCULINA: (En francés con marcado acento africano. En voz alta.) «Madame Marie! C’est la voiture officielle du Consulat! Est-ce que vous êtes prête?».

Alza el póster y se queda un momento mirándolo. Besa con mucho cariño la imagen de JULlE. Después coloca el póster boca arriba tumbado sobre la cama, de manera que la cabeza de JULlE quede sobre la almohada. Se sienta en un extremo de la cama.

MARIE: No sabré si enferman, si juegan, si crecen… Porque yo no envejeceré a su lado, Julie, no envejeceré junto a ellos como tú. A mí no me enterrarán a su vera… y los críos crecerán, vaya si crecerán. Crecerán, aprenderán, madurarán… «Mis» niños. «Nuestros» niños. Pero no solo ellos, sino muchos niños más… y yo contribuiré, ya ves, contribuiré desde mi oscuro despacho de la ciudad… (Suspira profundamente.) Egoísmo, Julie, egoísmo. Paul tiene razón: aferrarnos a África es simple y puro egoísmo.

Vuelven a sonar golpes en la puerta.

VOZ EN OFF MASCULINA: (Más alto.) «Madame Marie! Madame Marie!

On y va?!»

MARIE se levanta, se acerca hasta el perchero y se pone la chaqueta con parsimonia. Coge la maleta y la caja y va lentamente hasta la puerta. Echa un último vistazo a la cama antes de poner la mano en el picaporte.

MARIE: (Voz de resignación.) On y va…

OSCURO.


Tercer premio:Cien gramos de esperanza

Autor: Pedro Catalán García

Teatro breve

(Una habitación. Un hombre desnudo. Una mujer desnuda. Cincuenta años. Una mesita, dos sillas, un juego de café.)

YARA: ¿Quieres un poco más de café?

MARCEL: No, gracias, sabes que no me gusta el café. Llevamos treinta años juntos y siempre me lo preguntas. (Se sirve ella.)

YARA: ¿Azúcar?

MARCEL: Compré sacarina precisamente para no tomar azúcar.

YARA: Perdona, es que llevo unos días algo distraída. (Se echa un azucarillo.)

MARCEL: Déjalo, es igual. (Se sirve leche.)

YARA: No, no es igual… iCómo va a ser igual!… No es igual que yo pierda la memoria…

MARCEL: Ya lo sé que no es igual, pero en cuanto a lo del café y el azúcar tampoco quiero darle más importancia…

YARA: Pues la tiene…

MARCEL: Vale, pues la tiene… No vuelvas a ofrecerme café, sírveme descafeinado y ponme sacarina, ¿de acuerdo?…

YARA: Si a ti te parece bien así, pues de acuerdo…

MARCEL: Bien. Ahora dime de qué querías que hablásemos.

YARA: Ah, sí,… es de algo que me ocurrió el otro día.

MARCEL: ¿De qué se trata?

YARA: (De una pequeña caja que hay sobre la mesa extrae un papel arrugado y se lo enseña.) Barriendo debajo de la cama me encontré esto.

MARCEL: (Lo mira extrañado.) ¿Qué es?… ¿Un papel?…

YARA: No, no es un papel. Es un trozo de esperanza.

MARCEL: ¿Cómo lo sabes?

YARA: Pues ya ves, porque tiene todas las características,… deseo, anhelo…

MARCEL: ¿Y cómo sabes que es mía? Se te puede haber caído a ti.

YARA: No es tuya, ni mía, es de los dos.

MARCEL: Déjame ver… (Mirando el papel detenidamente.) Yo no he perdido ninguna cosa parecida a ésta.

YARA: Pues la prueba está a la vista.

MARCEL: No trates de confundirme. Sabes perfectamente que yo no he perdido ni un gramo de esperanza.

YARA: Pues entonces será la del vecino, que nos la ha colado por la ventana…

MARCEL: ¿Tú te has mirado bien?…

YARA: Sí, Y he notado que me faltaba un trozo, pero el otro es tuyo.

MARCEL: Todo esto es muy raro.

YARA: (Sube el tono de voz.) A ti enseguida todo lo que yo digo te parece raro.

MARCEL: Es que yo no he perdido nada de esperanza debajo de la cama.

YARA: Ah, ¿no?… No solamente no lo reconoces, sino que además lo niegas.

MARCEL: Pues claro que lo niego, si hubiera perdido algo me habría dado cuenta.

YARA: ¿Sí?… ¿Y por qué me encontré la semana pasada tu ilusión en el azucarero de la cocina?

MARCEL: No utilizo el azucarero. Crees que los demás perdemos las mismas cosas que tú.

YARA: No seas insolente. Es posible que me equivoque en lo del azucarero, pero dos días después me encontré en el lavabo restos de felicidad, y los tuve que recoger yo… ¿Piensas que estoy para ir detrás de ti recogiendo todo lo que tú pierdes? Pues estás muy equivocado…

MARCEL: ¡Estás llena de rencor!… No te pensaba decir nada, pero tú me has obligado… (Va hacia un cajón y regresa con unos pedacitos de cristal en una bolsita.) Mira,… estaban rotos dentro del armario, cuando fui a coger la camisa, son cristales de sinceridad, y son tuyos…

YARA: No es posible,… hace poco la miré y la tenía entera…

MARCEL: Es que es muy frágil, y no has tenido cuidado…

YARA: ¿Por qué no me dijiste nada?

MARCEL: No quería que te preocuparas.

YARA: Aunque rota, al menos la has encontrado y… dentro de casa…

MARCEL: Pero aún hay algo más…

YARA: No te creo.

MARCEL: Sí… El día que bajé al trastero a por la taladradora, en la caja de herramientas, revuelta entre los tornillos, estaba tu sonrisa, era inconfundible…

YARA: ¿Dónde la tienes?

MARCEL: No pienso decírtelo. Así no volverás a perderla.

YARA: ¡Dímelo!

MARCEL: ¡No!

YARA: Por favor, llevo semanas buscándola, creí que la había perdido en el metro,… incluso llamé a la compañía… ¡Devuélvemela, por favor!

MARCEL: No te la doy. Cuando me demuestres que eres capaz de no perder nada, te la devolveré.

YARA: ¡Eres un canalla!… ¡Devuélveme la sonrisa, te digo!… ¡No puedes dejarme para siempre con esta mueca de cartón!

MARCEL: Tú siempre estás echándome en cara que voy por ahí perdiendo cosas, pero en realidad la que las pierde eres tú…

YARA: Estando a tu lado se pierde todo.

MARCEL: En cambio, al tuyo he encontrado más cosas…

YARA: ¿Cómo qué?

MARCEL: Como la amargura, que estaba debajo de la almohada del dormitorio.

YARA: La habrás traído del trabajo, siempre te lo traes todo a casa…

MARCEL: Sabes de sobra que de la oficina no me dejan sacar nada.

YARA: La esconderías debajo del abrigo.

MARCEL: Habría sonado la alarma del detector. Es que no te ·fijas en ningún detalle.

YARA: Por Dios, devuélveme la sonrisa.

MARCEL: Déjame en paz. Ya te he dicho que no te la voy a dar.

YARA: Eres un hijo de puta.

MARCEL: Cuando me entregues mi soledad, te devolveré tu maldita sonrisa.

YARA: Yo no la tengo.

MARCEL: Sí que la tienes.

YARA: No.

MARCEL: La tienes escondida.

YARA: Mentira.

MARCEL: Pero ya he encontrado el sitio.

YARA: Mientes. Si lo supieras, ya habrías escapado con ella.

MARCEL: No, porque la tienes pegada al alma.

YARA: Por mí, te la puedes quedar…

MARCEL: Lo dices porque sabes que no la puedo arrancar sin hacerte daño.

YARA: Ya no la llevo conmigo.

MARCEL: Entonces te quedas sin tu sonrisa. (Se lleva la mano al rostro y al retirarla muestra una sonrisa forzada y grotesca.)

YARA: Estás ridículo. (Se abalanza sobre él. El hombre se resiste, sin perder la sonrisa.) ¡Devuélvemela!… ¡Se ve enseguida que no es tuya,… que no te pertenece!… ¡Es falsa!…

MARCEL: (Con la sonrisa.) ¡Pero me hace parecer feliz!

YARA: ¡Cómo se nota que has perdido la esperanza!… ¡Eres un mamarracho!

MARCEL: No te creo, porque ya no puedes ser sincera, se te hizo añicos, ¿recuerdas?

YARA: Claro, tú me la has ido rompiendo a escondidas…

MARCEL: y aún tengo más…, no sólo tu asquerosa sonrisa…

YARA: Vamos, suéltalo, lo estás deseando…

MARCEL: (Se quita la «mueca» o «máscara» de sonrisa. Exultante.) Tengo tus recuerdos, tus sueños, tu voluntad, tu razón… Pero todo eso está bajo llave, bien guardado, a salvo, en la caja fuerte.

YARA: Me has ido quitando todo…

MARCEL: Poco a poco… No podía dejar algo tan importante en manos de alguien que extravía su memoria, su propio ser. ..

YARA: Y estoy vacía…

MARCEL: Te pedí que me devolvieras mi soledad, y no me escuchaste…

YARA: (Grita desesperada.) iQué más quieres que te dé, si me has arrancado las entrañas, si te he dado todo lo que soy!… ¡Qué más quieres, si he olvidado hasta mi nombre!… iQué más quieres si nada te es suficiente!… ¡Si nada te basta!… iSi me has desgarrado la verdad!…

MARCEL: (Igual.) iY tú también me has vaciado!. .. Me he tenido que ir rellenando de los despojos que encontraba por el suelo de esta cárcel en que me encerraste, desde que tus ojos me hipnotizaron y me hicieron creer en los sentimientos, sentimientos que hoy son humo… ¡Humo!… Y estoy hecho de pedazos de carne, de retales de emoción, de saldos de palabras, de recortes de pensamientos,… en realidad estoy hecho de cenizas y no puedo más…

YARA: ¡Yo sólo quería estar contigo!… ¡Vivir una vida digna!… ¡Palpar el aire, respirar el agua, que es como palpar la felicidad, pero los dos juntos!…

MARCEL: (Grita desesperado, va hacia ella con los brazos levantados.) ¡He perdido la vida!… iHe perdido la vida, Yara, y no la encuentro!… iYa nada importa!… iYa nada importa y todo da igual!…

YARA: (Grita, va hacia él con los brazos en alto que se encuentran con los del hombre. Forcejean con rabia, pero al oír el nombre, la mujer reacciona.) ¡No!… ¡No nos destruyamos!… ¡Espera…!… ¿Quién es Yara?… ¿Quién es Yara?… iDímelo!…

MARCEL: (Grita para desvelar la verdad oculta.) Eres tú. Es tu nombre… ¿no recuerdas?…

YARA: (Como reconociendo una revelación.) Lo tenías guardado…

MARCEL: Sí, pero ahora ya no importa, nada merece la pena, todo ha terminado, no puedo seguir…

YARA: ¿Y tú?… ¿Tú quién eres?

MARCEL: Marcel… iSoy Marcel!… (Le entrega un papel arrugado que ella recoge con suma sensibilidad.)

YARA: Marcel… ¡Oh, Dios mío, al fin te encuentro!… Y todo este tiempo buscándote…

MARCEL: (Le tiembla la voz.) Estaba aquí, Yara… ¿Por qué no me lo pediste antes?…

YARA: (Con los ojos húmedos.) Tenía miedo, tenía mucho miedo…

MARCEL: Estás temblando…

YARA: (Le besa con pasión.) ¡Dios mío, Marcel, si eres tú, y no te reconocía, estaba ciega!…

MARCEL: (Le revuelve el pelo, le coge el rostro entre las manos.) Yara, Yara, mi vida…, no quiero verte así, no volverá a pasar…

YARA: Tengo todos los trocitos de papel,… los he ido juntando…, los tuyos y los míos…

MARCEL: Con cien gramos será suficiente…

YARA: ¿Con cien gramos de qué, Marcel?…

MARCEL: De esperanza, Yara…

YARA: Claro, de esperanza, Marcel… (Se abrazan.) ¿Quieres café?…

MARCEL: Con azúcar. ..

TELÓN

ACTA EST FABULA



 

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