Visita guiada al Palacio de Fernán Núñez


Publicada el 21 de octubre de 2019.

Esta será la novena visita de la serie que tenemos programada para 2019, tras la realizada al Centro de Astrobiología. Tendrá lugar el viernes 8 de noviembre de 2019, a las 9.45 horas, y en ella conoceremos el Palacio de Fernán-Núñez. El número de plazas es limitado, ya que podemos asistir un máximo de 25 personas. Tendrán prioridad los socios de Trotea.

La visita está abierta a socios de Trotea y a familiares o conocidos que les acompañen. Es necesario que confirméis vuestra asistencia, no después del 5 de noviembre, a José Luis Díaz de Liaño (teléfono 666 353 221; correo electrónico jdl2008@hotmail.es). El inmueble es la sede de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, que exige el pago de una entrada: en nuestro caso, el precio será 8 euros para los socios de Trotea y 11 euros para los no socios; en ambos supuestos abonaremos el importe en efectivo, en el momento de la visita.

Nos reuniremos, pues, el viernes 8 de noviembre en la puerta del Palacio de Fernán-Núñez, en la calle de Santa Isabel 44, a las 9.45 horas. Las estaciones de metro más próximas son la de Antón Martín y la Estación del Arte (antigua estación de Atocha), en la línea 1, y la de Lavapiés, en la línea 3.

Para información más detenida sobre la visita podéis seguir leyendo.

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El imponente edificio que vamos a visitar abarca un largo ciclo histórico y está vinculado además a una de las actividades que operaron como motor del desarrollo económico español en el siglo XIX.

Del impulsor de la “leyenda negra” a una joven aristócrata del siglo XIX

El ciclo histórico se remonta a Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, que poseía en este lugar, extramuros de la ciudad, una finca de recreo llamada “La Casilla de Atocha”. Huido el propietario tras los azarosos sucesos en que se vio implicado, el rey ordenó dedicar el edificio existente a asilo para niñas, hasta que en 1609 el nuevo monarca, Felipe III, decidió instalar en él un convento y colegio de agustinas, tras la realización de una profunda reforma. Este convento sigue en pie y ocupado, en el número 48 de la calle Santa Isabel.

Se conservó, no obstante, la espaciosa huerta que había en su entorno, calle arriba, hasta que parte de ella se parceló y se ofreció a varios compradores para la construcción de viviendas habitadas que retuvieran la intimidad del recinto. En 1790, el entonces propietario de esas casas, el XIII duque de Alburquerque, decidió derribarlas y levantar en el solar un nuevo palacio, encomendando las trazas a Antonio López Aguado, quien construyó un edificio de tres plantas y sótano, en el sobrio estilo neoclásico en él habitual. Habitado por el duque hasta su fallecimiento, luego lo fue por su hija María Magdalena, casada con el conde de Cervellón. Uno de sus hijos, Felipe María Osorio, heredero del condado de Cervellón, fue el siguiente ocupante antes de contraer matrimonio con Francisca Gutiérrez, segunda duquesa de Fernán-Núñez, que falleció al dar a luz a su única hija, María del Pilar.

María del Pilar Osorio, III duquesa de Fernán-Núñez: Retrato de Federico de Madrazo y Kuntz, 1854

Padre e hija siguieron residiendo en el inmueble, pero en 1847, al cumplir 18 años María del Pilar, tercera duquesa de Fernán-Núñez, decidieron hacer obras en él para adecuarlo a la intensa vida social de la joven. Y así se encomendó un ambicioso proyecto de reforma y ampliación a Martín López Aguado, hijo del arquitecto antes citado, a quien se ofrecieron generosos recursos.

Los dineros del ferrocarril

El origen de estos recursos está ligado a uno de los más importantes factores de dinamización del desarrollo económico en la época: el ferrocarril. La duquesa María del Pilar, que reunía en sí más de 20 títulos nobiliarios, nueve de ellos con grandeza de España, casó a los 23 años con Manuel Falcó y d’Adda, marqués de Almonacir, senador por el Partido Liberal e hijo de Juan Falcó, que ostentaba el título de Príncipe Pío de Saboya y era propietario por herencia de la llamada montaña del Príncipe Pío. Se trataba de una amplia posesión al norte de la ciudad que ocupaba lo que hoy es la cuesta de San Vicente, la Plaza de España, el parque del Templo de Debod y parte del Parque del Oeste. Pues bien, la venta parcial de esa finca a la Compañía de los Ferrocarriles del Norte para el tendido de la vía férrea y la construcción de la Estación del Norte generó una gran fortuna que pudo dedicarse a las obras del palacio que nos ocupa.

Acabadas las obras, el edificio fue durante años escenario de las más brillantes fiestas de la capital, muchas de ellas con asistencia de la propia Isabel II. La duquesa vivió hasta 1921, pasando la propiedad a su hijo. Fallecido este, su viuda acordó en 1940 la venta a la Compañía Nacional de Ferrocarriles del Oeste para subsanar sus problemas financieros, aunque se dejaron fuera de la operación parte de los tesoros del palacio. Poco después, tras la absorción de las compañías ferroviarias por la nueva RENFE, la titularidad del inmueble pasó a esta y, más adelante a Adif y a RENFE. Actualmente es la sede de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles. El ferrocarril estuvo, pues, en el origen del palacio y lo está ahora en su funcionalidad.

Vista de la primera planta

Un exterior neoclásico con una típica decoración “isabelina”

La fachada principal, a la calle de Santa Isabel, recoge pautas neoclásicas: una planta baja revestida de revoco y dos plantas superiores divididas en tramos por pilastras gigantes de orden corintio. La novedad, no obstante, está en el interior. No es fácil, en todo caso, distinguir entre el edificio antiguo, diseñado por Antonio López Aguado, que ocupa apenas una cuarta parte del espacio total y del que se conserva el patio interior, y el edificio moderno, trazado por su hijo Martín y decorado asimismo bajo su dirección.

Tras el zaguán, una escalera de honor, de dos tramos, conduce a la primera planta, en la que una galería cubierta actúa como divisoria entre la parte interior, correspondiente en su día a las habitaciones privadas, que dan a un jardín de tono romántico, y la parte exterior, que actúa como apartamento “de parada”. Las distintas antesalas, precedidas de las habituales antesalas, configuran una visión deslumbrante, abrumadora: el Salón Rojo, el espacioso Salón de Baile (con bóveda decorada en estuco dorado), el Salón isabelino (así llamado por ser, al aparecer, el preferido de la reina) y el Comedor de Gala se suceden en un espacio en el que las lámparas de cristal de Murano y de Baccarat, las espejos venecianos y franceses, las boiseries con entrepaños realzados por tejidos en petit-point, las piezas de mobiliario de colección, los entarimados preciosos y las bellas alfombras completan la escenografía “obligada” en una residencia de la alta aristocracia madrileña enriquecida en el marco del desarrollo económico propiciado por el moderantismo de la segunda mitad del siglo XIX.

Salón de baile

Pero dejemos que, en el recorrido, nuestra vista vague de unos detalles a otros, se detenga en los que más le atraigan y absorban todo lo que contribuye al efecto casi “cinematográfico” de una decoración fastuosa.



 

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