Publicado el 18 de marzo de 2019.
Esta será la quinta visita que tenemos programada para 2019, tras la realizada al Museo Nacional del Romanticismo. Tendrá lugar el lunes, 8 de abril de 2019, a las 16.15 horas, y en ella conoceremos las dependencias de las Comendadoras de Santiago. Una ocasión excelente para admirar un recinto desconocido para la mayoría de los madrileños, en pleno proceso de restauración y que nos permitirá adentrarnos en el mundo señorial y reservado de las Órdenes Militares. El número de plazas es limitado, ya que podemos asistir un máximo de 20 personas. Tendrán prioridad los socios de Trotea.
La visita está abierta a socios de Trotea y a familiares o conocidos que les acompañen. Esnecesario que confirméis vuestra asistencia, no después del 28 de marzo, a José Luis Díaz de Liaño (teléfono 666 353 221; correo electrónico jdl2008@hotmail.es). El precio, incluida la entrada al recinto, es de 8 euros para los socios y 12 para los no socios, que abonaremos en efectivo, en ambos casos, en el momento de la visita.
Nos reuniremos frente a las Comendadoras, en la plaza de las Comendadoras esquina a la calle del Acuerdo, a las 16.15 horas. Las estaciones de metro más próximas son la de Noviciado (línea 2) y la de San Bernardo (líneas 2 y 4).
Aunque nos acompañará nuestra guía habitual, Ángela Reina, la visita será conducida por el personal que está llevando a cabo las obras de restauración del recinto.
Para información más detenida sobre la visita y para conocer la significación de este recinto y de las Órdenes Militares en nuestra historia, podéis seguir leyendo.
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Buceo en la historia: las Órdenes Militares
A muchos madrileños les resulta familiar la iglesia de las Comendadoras de Santiago, en la recoleta plaza del mismo nombre. Menos conocida es la anexa Sacristía de los Caballeros, y todavía menos la capilla de los Hábitos, o la de las Niñas, en el mismo recinto. ¡Qué extraños nombres! ¿Qué relación hay entre una sacristía y unos “caballeros”? ¿Por qué se dedica una capilla a unas “niñas”? Esto es la que vamos a conocer en nuestra visita, aprovechando la terminación progresiva de unas obras de restauración que están devolviendo su esplendor a un recinto religioso de los siglos XVII y XVIII que fue “sitio reservado” de un importante sector de la nobleza. Para ello, antes tenemos que echar un vistazo a lo que fueron en nuestro país las órdenes religioso-militares.
Las órdenes militares, instituciones de impronta religiosa surgidas en el marco la Reconquista a partir del siglo XII, desempeñaron un importante papel en la lucha contra el Islam y en la repoblación de los territorios situados al sur del Ebro y el Tajo. Vinculadas a las grandes familias nobiliarias, se convirtieron en una poderosa fuerza política y económica que fue origen, por eso mismo, de enfrentamientos constantes con los monarcas. Al frente de cada una de ellas había un Gran Maestre, cuya preeminencia quedó diluida en el siglo XV cuando el Papa, a petición de Fernando el Católico, de vincular esa función a la persona del propio monarca y de sus herederos. Las órdenes pasaron así a la dependencia directa del llamado Consejo de Órdenes, que tenía a su cargo la administración y justicia en los territorios en que estaban implantadas y entendía de los juicios penales contra los caballeros que las integraban.
Su riqueza y su poder quedaron seriamente afectados en el siglo XIX con la legislación desamortizadora, hasta su supresión temporal en la segunda República. Con el franquismo, su función fue más bien testimonial, como lo es ahora. De hecho, subsisten las cuatro grandes órdenes históricamente relevantes (por orden de antigüedad, las de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa), todas ellas dependientes del monarca reinante como Gran Maestre de las mismas.
Un siglo para construir la iglesia
Históricamente, su implantación social entre las familias nobles fue muy significativa y se extendió incluso a través de algunas órdenes femeninas vinculadas. Entre estas se encuentra la de las Comendadoras de Santiago, cuyas dependencias hoy visitamos. Su origen se encuentra en el testamento otorgado en 1584 por el comendador mayor de la Orden de Santiago y presidente del Consejo de Órdenes, Iñigo de Zapata, junto con su mujer, Isabel de Avellaneda, disponiendo la fundación de un convento de monjas que debía regirse por las reglas de la Orden. Su objetivo era dotar a las muchachas pobres que quisieran profesar y que ingresaran en ese cenobio femenino.
En cumplimiento de esa disposición se adquirió un extenso terreno en el borde septentrional de la cerca construida por Felipe IV, frente a la actual plaza de las Comendadoras. La construcción, no obstante, se demoró, porque hasta 1650 no aceptó el rey la fundación y aun así, por falta de recursos, hasta 1667, ya bajo Carlos II, no se convocó el concurso para la edificación de la iglesia.
La adjudicación se hizo a favor del proyecto presentado por José del Olmo, maestro mayor de las obras reales, representante del “casticismo decorativo” de esta etapa final del siglo XVII, que intervendría después en la construcción de otro edificio emblemático, el Casón del Buen Retiro antes de su remodelación en el siglo XIX. Aquí, en las Comendadoras, firmó las trazas en colaboración con su hermano Manuel, también arquitecto insigne y autor del monasterio de las Góngoras y de su espectacular ornamentación en yeso blanco.
En esta iglesia de las Comendadoras son notables la fachada y la planta. La fachada, que sigue el modelo carmelitano de la Encarnación, con triple pórtico de acceso, presenta como elemento extraño las torrecillas laterales, típicas de la arquitectura civil, que dan al conjunto un aspecto macizo y un tanto adusto. La planta, por su parte, también se aleja del modelo general de cruz latina, ya que es de cruz griega, con cuatro brazos de idéntica longitud, en este caso muy cortos. Se obtiene así una espaciosa “planta central”, análoga a la de la iglesia coetánea de las Calatravas, como convenía a unas instituciones pertenecientes a órdenes militares, destinadas no tanto al culto público como a acoger vistosas ceremonias, como la toma de hábito de los caballeros, que reclamaban luminosidad y una buena visibilidad desde todos los puntos. A esta impresión de centralidad se agrega otro elemento novedoso: la decoración a base de motivos vegetales elegantemente diseñados, en yeso blanco, dispuestos en puntos a modo de ramilletes en puntos específicos del paramento, como los modillones, las pechinas y el anillo de la cúpula.
La espectacularidad del conjunto se acentúa por el majestuoso lienzo de Luca Giordano, Santiago a caballo en la batalla de Clavijo, del altar central. Poco nos importa que esa famosa batalla tuviera más “famosa” que de auténtica “batalla” (parece tratarse de un suceso legendario), porque lo interesante es la imagen pictórica, agitada e inquieta, que el lienzo nos transmite con los forzados escorzos de los protagonistas y los remolinos de nubes sobre sus cabezas.
Un suntuoso recinto para un completo ceremonial
Con todo, el proyecto de los hermanos del Olmo quedó a “a medias” porque no incluía las estancias anexas a la iglesia, necesarias para atender las necesidades de la liturgia propia de la Orden de Santiago, incluidos los deambulatorios que exigía el ceremonial. Este, en efecto, era extraordinariamente complejo, hasta el extremo de que los caballeros estaban obligados, una vez tomado el hábito, a residir un cierto tiempo en un convento de la Orden para aprenderlo.
Requería además espacios adecuados, como podemos leer en unas Reglas para caballeros de las Órdenes militares editadas en 1893. Así, para la ceremonia de la toma de hábito de un nuevo caballero, “el Maestro de ceremonias o el que ejerza sus funciones formará el Capítulo de menor a mayor, en la sacristía o sala Capitular del Monasterio o Iglesia en que tuviese lugar la reunión, concluyendo por el Presidente, y a su izquierda el Sacerdote revestido con sobrepelliz, estola y capa de coro, y si fuere de la Orden, con su manto coral y estola, pues él ha de bendecir y dar el hábito. Formado el Capítulo , saldrá a la Iglesia en el orden siguiente: turiferarios, ceroferarios, clérigos de San Pedro que con sobrepelliz o roquete asistan a la función, colocados por el orden de dignidad eclesiástica de que estuviesen revestidos, advirtiendo que en este orden, de menor a mayor, preceden las Ordenes monásticas a los presbíteros, y estos a los canónigos; sigue el pendón o estandarte de la Orden (excepto en los días que no debe sacarse y que en su lugar se dirá), a este los Frailes de las Ordenes militares, después los Caballeros de las mismas colocados por su jerarquía dentro de cada una, de menor a mayor, concluyendo con el Preste y ministros revestidos, acompañados de su Maestro de Ceremonias.”
El problema de la disponibilidad de espacio quedó resuelto a partir de 1745, cuando el Consejo de Órdenes aprobó el proyecto presentado por Francisco de Moradillo (quien años después terminaría también la iglesia de las Salesas Reales) para la construcción de la llamada Sacristía de los Caballeros y sus dependencias anexas y deambulatorios ceremoniales. Moradillo, formado con Pedro de Ribera pero sensible después a la influencia de los italianos (trabajó en la fase inicial de la construcción del Palacio Real), puso en juego todos sus recursos para diseñar un recinto de un “barroco clasicista” cuya función va más allá de la que corresponde a una sacristía stricto sensu. Años después daría una nueva prueba de su talento al hacerse cargo de la terminación de la iglesia de las Salesas Reales. Aquí, en las Comendadoras, el conjunto monumental se completó finalmente en 1777 con la construcción del convento, proyectado por Sabatini.
La visión exterior del monumento es un tanto desalentadora, puesto que lleva varios años en obras. Lo que vamos a ver justamente es la parte visitable, es decir, las dependencias que ya se han restaurado a partir del plan director presentado en 1999 por Emanuela Gambini y Salvador Ballarín. En concreto, se ha rehabilitado integralmente los espacios diseñados por Moradillo:
- las dos escaleras y los deambulatorios ceremoniales perimetrales al ábside norte
- las dependencias anexas a la Sacristía de los Caballeros (capilla de la Fuente, del Tránsito, del Locutorio, de las Flores, de los Hábitos, de las Niñas, esta última así llamada porque era en ella donde las alumnas internas asistían a misa), a las que se ha devuelto su policromía original
- el llamado patio de Moradillo (notable por el uso de la técnica de la “arquitectura pintada” en fachadas)
- la Sacristía de los Caballeros, que no era propiamente una sacristía, sino el lugar donde los que iban a ser investidos caballeros velaban las armas, y en la que se han rescatado las pinturas decorativas
- la Sala Capitular, con hermosa decoración mural procedente de la fábrica de papel pintado que hubo en la vecina calle de Amaniel y enriquecida con sofás de época y objetos suntuarios.
En la actualidad se procede a la consolidación estructural y restauración de la propia iglesia y de las dependencias anexas proyectadas por los hermanos del Olmo.