Publicado el 14 de marzo de 2022.
Esta será la primera visita de la serie que tenemos programada para 2022, después de una interrupción de casi un año debido a la pandemia. Tendrá lugar el martes 29 de marzo de 2022, a las 10.30 horas, y en ella conoceremos el Museo Nacional de Artes Decorativas. El número de plazas es limitado, ya que el aforo se ha reducido y solo se admite un máximo de 9 personas. Tendrán prioridad los socios de Trotea.
La visita está abierta a socios de Trotea y a familiares o conocidos que les acompañen. Es necesario que confirméis vuestra asistencia, no después del miércoles 23 de marzo, a José Luis Díaz de Liaño (teléfono: 666 353 221; correo electrónico: jdl2008@hotmail.es). La visita es gratuita y será guiada por un voluntario cultural de CEATE (Confederación Española de Aulas de Tercera Edad) al servicio del Museo. Las plazas de adjudicarán por estricto orden de llegada de las solicitudes. Si se cubren las plazas, se organizarán una o más visitas adicionales, en días y horas que se comunicarán puntualmente.
Nos reuniremos, pues, el martes 29 de marzo, frente al Museo, en la calle Montalbán 12 (muy cerca de la plaza de Cibeles) a las 10.15 horas. Se ruega puntualidad.
Para información más detenida sobre la visita podéis seguir leyendo.
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En esta visita vamos a detener nuestra atención en dos aspectos. En primer lugar, cómo se configura el Museo, que realmente va más allá de lo que indica su nombre, pues no es simplemente de “artes decorativas”. En segundo lugar, cómo eran los palacios urbanos construidos a finales del siglo XIX y comienzos del XX para la aristocracia y la alta burguesía madrileña.
¿Museo de Artes Decorativas, o de Arte y Diseño?
Desde el primer tercio del siglo XIX había un Madrid un Real Conservatorio de Artes, concebido en realidad como un museo de modelos y de instrumentos utilizados para realizarlos. Poco después se le añadió la función docente, que en 1871 recibió un nuevo impulso al crearse la Escuela de Artes y Oficios, en un principio adscrita al citado Conservatorio, aunque luego se separó de él. A partir de este esquema, España consiguió abrirse un hueco con productos artísticos y artesanales de alta y mediana calidad. Muy pronto, el fomento de esta actividad se convirtió en el objetivo de un grupo de intelectuales que, además, se preocuparon por la transmisión de una sólida formación técnica: reformaron los métodos de la enseñanza en las escuelas de artes y oficios, organizaron exposiciones, publicaron revistas y en 1912 crearon el Museo Nacional de Artes Industriales.
Se concebía este básicamente como un lugar para aprender: «Ni teoría sin práctica, ni práctica sin teoría». Sus colecciones, su biblioteca y sus talleres estaban dedicados a promover la cultura artística y técnica de las artes industriales, en la línea del Victoria & Albert Museum londinense. El Museo se constituía así en una pieza más del vasto programa pedagógico que pretendía la reforma nacional a través de la enseñanza, según las pautas de la Institución Libre de Enseñanza.
En 1927 tomó finalmente su nombre actual de Museo de Artes Decorativas, con el objetivo de realizar exposiciones con las que enseñar al público, a los artistas y a los propios fabricantes las técnicas utilizadas y la evolución de los productos manufacturados. Se instaló en un inmueble de la calle del Sacramento, en el Madrid de los Austria, aunque poco después, en 1932, se trasladó por falta de espacio al lugar que hoy ocupa en la calle de Montalbán.
Esa ampliación de espacio ha permitido reconfigurar la finalidad que el Museo se plantea para su presente y su futuro, que va más allá de lo que indica su nombre. Superando la oposición, consolidada por las Academias de la Ilustración, entre “artes liberales” (o bellas artes) y “artes útiles” (sucesivamente denominadas también industriales, aplicadas o decorativas, pero en el fondo consideradas siempre “menores”), la institución pretende configurarse como un Museo de las Artes y el Diseño. Las “artes”, concebidas globalmente, se entienden así como las destrezas necesarias para la concepción y ejecución de los objetos y comportamientos de la vida cotidiana, y el “diseño” se concibe también en sentido amplio, como el proceso de ideación previo a la fabricación de esos objetos y la realización de esos comportamientos.
De ahí la atención que el Museo presta cada vez más al diseño contemporáneo, sobre todo en sus exposiciones temporales (para las que se reserva la planta primera). En cambio, la colección permanente (en las plantas segunda a cuarta), que es la que vamos a visitar, sigue centrada en las “artes decorativas”, aunque enriquecida por una visión contemporánea basada en el diseño que permite entender el significado profundo de esos objetos y comportamientos (qué función cumplían, qué denotaban, a qué principios respondían, etc.).
Un palacio de verano para la que luego sería la “duquesa mendiga”
El Museo ocupa desde 1927, como hemos visto, un antiguo palacete construido por encargo de la duquesa de Santoña. Unas palabras sobre esta mujer, cuya vida parece sacada de un folletín de la época, al pasar de la opulencia económica y social a la ruina más absoluta, pueden servirnos de guía útil.
María del Carmen Hernández y Espinosa de los Monteros, que tal era su nombre de soltera (la “señá Mariquita Hernández”, como era conocida de soltera en su Motril natal), de familia acomodada, se había casado en 1873 a los 44 años, enviudada once meses antes y con varios hijos, con Juan Manuel de Manzanedo y González de la Teja, por entonces de 70 años, que era marqués de Manzanedo y poco después sería nombrado duque de Santoña por su apoyo a la restauración de Alfonso XII. Manzanedo, emigrado en su juventud a Cuba para trabajar inicialmente como sirviente, había hecho fortuna en la isla operando en negocios de tabaco y caña de azúcar, préstamos hipotecarios y comercio de compraventa de esclavos, y había acabado por ser uno de los grandes financieros y empresarios inmobiliarios de la capital. De hecho, en Madrid había conseguido la adjudicación de gran parte de los solares en que se construyeron las casas de la Puerta del Sol situadas frente a la vieja Casa de Correos.
Con el matrimonio, Mariquita hizo realidad sus sueños. Expresó su preocupación por la cuestión social con la fundación y sostenimiento del Asilo y Hospital del Niño Jesús (todavía en activo), participó en otras obras benéficas y fue una activa emprendedora, ya que creó la azucarera «Las Tres Hermanas», que fue la primera destilería de alcohol de la zona costera andaluza, y construyó el edificio-balneario de los manantiales de Lanjarón, también en la provincia de Granada.
Entre sus actividades en Madrid estuvo la construcción en 1878 en la calle de Montalbán del palacete que vamos a visitar, según planos del arquitecto José María Gómez, concebido como “palacio de verano” y ubicado en uno de los solares del barrio (de los Jerónimos) formado tras la enajenación por parte de la reina Isabel II de un sector del Parque del Retiro en una operación que ha sido considerada como ejemplo de corrupción urbanística.
A los pocos años de matrimonio, sin embargo, en 1882, falleció Manzanedo y se turbó la atmósfera de placidez. La herencia en favor de Mariquita se ensombreció por la aparición de Josefa, una hija que Manzanedo había tenido en Cuba y a quien había reconocido como legítima. Josefa, de quien se conserva también en el Museo del Prado otro retrato de Federico de Madrazo, disputó como heredera universal los derechos de la viuda y se abrió una agria disputa judicial. Diez años de pleitos terminaron con la fortuna de Mariquita, que recibió varias sentencias en contra, acordó con Josefa encomendar a tres eminentes figuras de la abogacía un laudo que dirimiera las diferencias existentes, perdió ese laudo y recibió sentencia en contra en el recurso de casación que interpuso. En suma, quedó privada de todos sus bienes y se vio reducida a una miserable condición.
La “duquesa mendiga”, que así fue conocida, publicó en su defensa un desgarrado y prolijo alegato, titulado Expoliación escandalosa : historia del laudo dictado en la testamentaría del Excmo. sr. Duque de Santoña por los Sres. Gamazo y Azcárate y voto particular del Sr. Montero Rios: nulidades que contiene y desastrosos errores. En la Biblioteca Regional de Madrid se conserva un ejemplar, que además está digitalizado en Internet. En él leemos: “Enferma, bajo la presión de las ejecuciones y reclamaciones incitadas por mis enemigos, con objeto de que tanto pesar concluyera con mi vida, sin rentas, pues todas las tenía embargadas á instancias de curiales; sin alimentos y sin ninguna clase de recursos, mi situación era desesperada”.
Falleció un año después, en 1894, en el modesto piso en el que había conseguido refugiarse con sus tres nietas. Fue enterrada en el cementerio de San Isidro, al negarse Josefa a que recibiese sepultura en el panteón familiar de los Manzanedo en Santoña.
El palacio pasa a ser sede del Museo
Pero volvamos al palacete de la calle de Montalbán. Mariquita nunca llegó a vivir en él, sino que fue arrendado a diversos personajes de la alta sociedad madrileña, que lo ocuparon durante años. En la década de 1920 alojó la Escuela Superior de Magisterio y en 1934 se trasladó al mismo el Museo que vamos a visitar. Finalmente, en 1941 fue adquirido a los herederos por el Estado, por lo que actualmente es de titularidad estatal. En 1962 se declaró Monumento Histórico-Artístico el conjunto del edificio y las colecciones contenidas en él. En 2021 pasó a formar parte del Paseo del Prado y el Buen Retiro, paisaje de las Artes y las Ciencias, conocido como Paisaje de la Luz, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
En su origen, se construyó con planta cuadrangular y simétrica y con una altura de tres niveles (planta baja, planta principal y segunda planta para las habitaciones de servicio) más sótano, siguiendo los cánones habituales. Estaba separado de las medianeras por un patio perimetral en forma de U. El edificio actual es el resultado de sucesivas adiciones al original, aunque estas adoptaron soluciones respetuosas que permiten aún leer con claridad la parte ampliada, por lo que puede considerarse un buen ejemplo de arquitectura.
Actualmente presenta en fachada tres niveles por encima de los originales, y el espacio inicialmente exento aparece ahora colmatado. En el interior se conserva la composición cuadrangular, en torno a un patio central hasta la planta segunda. En la planta tercera este patio se hace practicable y en la planta cuarta nuevamente se abre y se cubre en la parte superior con cuatro lucernarios piramidales. Este cuerpo central alberga la principal zona expositiva del museo.
Su exterior destaca por su eclecticismo, siendo la fachada de ladrillo rojo, con el zócalo de sillares y las molduras de piedra. En el interior se conservan la colección de pavimentos de mosaico italiano realizados por Pellerin y Domenico, y la escalera imperial de mármol blanco italiano, con su recinto decorado con medallones con efigies de hombres de la cultura y las artes.
En 1924, se produjo la primera ampliación del edificio por el arquitecto Jesús Carrasco-Muñoz. Entre 1942 y 1944, Luis Moya Blanco, ya arquitecto conservador del Museo Nacional de Artes Decorativas, llevó a cabo la segunda ampliación, proyectando construir en los huecos que había entre el inmueble y los edificios medianeros, así como añadir un sótano y las plantas superiores de más que hoy podemos ver. Dentro, echó abajo tabiques para crear salas más diáfanas, sumó dos escaleras al conjunto e hizo la portada más ancha al pensar que la anterior carecía de importancia. De este modo, el exterior quedó más o menos reconocible, ya que consiguió aunar la apariencia de la fachada ya existente con la de los nuevos añadidos, pero el interior desapareció casi por completo. En 1981 y 1985, volvió a ser reestructurado y acondicionado de la mano de María Antonia González-Valcárcel Sánchez-Puelles, teniendo una última intervención en 1991, año en que fue remodelado por Juan Pablo Rodríguez Frade.
Planta segunda: siglos XVI y XVII
La colección permanente del Museo que se exhibe en las plantas segunda a cuarta combina la recreación de espacios completos con la exhibición de piezas singulares.
En la planta segunda hay tres espacios expositivos. El primer espacio es la galería o corredor en el que se muestran los estuches de cuero, que guardaban los objetos constitutivos del Tesoro del Delfín de Francia, padre de Felipe V que este trajo consigo a Madrid como parte de su ajuar. Pueden verse también en las paredes varios guadamecíes, de piel de carnero, decoradas con estampados, labrados, etc. de los siglos XVI a XVIII.
El segundo espacio corresponde a las cinco estancias características de las casas señoriales del siglo XVII: la Cámara, o dormitorio principal, con la cama en el centro y una serie de muebles de procedencia variada; el Oratorio, en este caso un armario-oratorio; el Estrado, estancia reservada a las mujeres, con una tarima de origen quizá árabe sobre la que se colocaban almohadones o sillas bajas y que se completaba con vitrinas o “escaparates” con figurillas; la Sala o “cuadra”, para recibir visitas, con las paredes engalanadas con tapices y cuadros y provista de bufetes sobre los que se colocaban los escritorios, así como posiblemente de algún instrumento musical (en este caso, un clave) y de los insustituibles braseros; y la Cocina, que se ubicaba siempre en la planta baja.
El tercer espacio expositivo corresponde a las cuatro salas con piezas diversas de la colección del Museo, en especial de cerámica de Teruel. La última de esas salas, llamada del Tesoro, es una recreación de lo que desde el Renacimiento se llamaron “galerías” o “gabinetes”, con piezas de uso religioso, joyas, objetos preciosos de uso cotidiano, etc.
Planta tercera: siglo XVIII
En la tercera planta, los títulos de las salas son expresivos: “El nuevo gusto” evoca la presencia del rococó en las estancias palaciales españolas a mediados del siglo XVIII; “Cambios en el mobiliario. Colecciones de joyería y plata” alberga muestras de ese nuevo estilo; “Chinerías” refleja el interés por lo oriental; “El nacimiento napolitano” muestra la afición por los belenes, con figurillas de alambre revestido con estopa, salvo la cabeza, manos y piernas de barro cocido y siempre con ropajes de la época; “Innovaciones técnicas. Marquetería y porcelana” exhibe muebles de delicada marquetería y piezas de la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro: “Neoclasicismo” evoca el nuevo estilo surgido en el último tercio del siglo XVIII; “Mobiliario europeo. Abanicos” presenta mobiliario de época y lujosos abanicos; “El gabinete. Porcelanas centroeuropeas” muestra piezas procedentes de Meissen, Sèvres, Capodimonte, etc.; “Cerámica de Alcora” reúne piezas de la fábrica construida en este pueblo castellonense por el conde de Aranda; “La alcoba” es una recreación de un dormitorio rococó; “Cristal de la Granja” exhibe en vitrinas delicados trabajos de la fábrica segoviana.
Planta cuarta: la “Cocina valenciana”
En la cuarta planta, la sala llamada “El dormitorio” es una reproducción de una estancia de este tipo en estilo Imperio e incluye un cuadro de pequeño formato de Paret y Alcázar; la “Cocina valenciana”, una de las joyas del Museo, exhibe una cocina real trasladada desde tierras valencianas y decorada con vistosos azulejos; la última sala, “Azulejos levantinos”, insiste en la producción cerámica en el Levante.
Al salir, al visitante no le queda sino sentirse abrumado ante tal acumulación de ambientes y piezas.