Publicado el 1 de noviembre de 2024.
Queridos troteanos:
Os convocamos para la visita a la visita que haremos a la ermita de la Virgen del Puerto el martes 12 de noviembre a las 10.45 horas.
La visita está abierta a socios de Trotea y a familiares o conocidos que les acompañen. Debéis confirmar vuestra asistencia, no después del jueves 7 de noviembre, a José Luis Díaz de Liaño (teléfono 666 353 221; correo electrónico jdl2008@hotmail.es) . Los socios de Trotea tendremos que abonar 5 euros y los no socios 7 euros.
Nos reuniremos, pues, el martes 12 de noviembre, a las 10.30 horas, en la entrada de la ermita, Paseo de la Virgen del Puerto 4. Puede llegarse de dos formas:
- En autobús, utilizando las líneas C2 (Circular), 25 (desde plaza de España), 33 (desde la estación de Príncipe Pío), 39 (desde la plaza de España), 41 (desde Atocha) o 62 (desde plaza de Cristo Rey), bajándose en todos los casos en la parada “Ermita Virgen del Puerto” (parada nº 606).
- En metro hasta la estación de Príncipe Pío (línea 10) y luego o bien andar unos 15 min por el “Paseo de la Virgen del Puerto”, o bien tomar cualquier de los autobuses antes indicados y bajarse en la primera parada (“Ermita Virgen del Puerto”).
Para información más detenida sobre la visita, podéis seguir leyendo.
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Se dignifica la “cornisa de Madrid”: un hermoso “paseo parque”
Para conocer el origen de esta ermita y de la zona en que se ubica hay que retroceder más de tres siglos, hasta principios del siglo XVIII, cuando Madrid estaba rodeada por la llamada “cerca de Felipe IV”, a modo de humilde muralla, y todavía no existía el Palacio Real, sino el Alcázar de los Austria. Contemplada desde la Casa de Campo, la panorámica de la ciudad (“cornisa de Madrid”) era entonces muy diferente de la actual: la “·cerca” discurría muy pegada al Alcázar y seguía hacia el sur, hasta la embocadura de la actual calle de Segovia, dejando extramuros el Campo del Moro, por entonces un abrupto talud que bajaba hacia el río. La zona estaba muy abandonada, no tenía apenas actividad salvo algunas posadas y lavaderos, y favorecía un cierto aislamiento del Alcázar.
Con los Borbones se acometió a lo largo de décadas una profunda reforma de ese cinturón. Iniciadas las obras durante el reinado de Felipe V, tuvo en ellas una intervención decisiva el corregidor de la ciudad, marqués de Vadillo, quien se apoyó para tal fin no en el maestro mayor de las obras de la villa, Teodoro Ardemans, que se hallaba seriamente enfermo, sino en un ayudante suyo, Pedro de Ribera, por entonces treintañero.
Ribera derribó parte de la tapia del Alcázar, para facilitar la salida, y abrió paralelamente al Manzanares una alameda, el llamado Paseo Nuevo de la Corte (o paseo bajo de la Virgen del Puerto), para enlazar el puente de Segovia con el puente del Rey (donde está la actual Puerta de San Vicente) y abrir camino hacia el Pardo. Ese “paseo parque”, diseñado al modo de los existentes en algunas capitales europeas, llegó a ser uno de los más concurridos de la ciudad, frecuentado por lavanderas y soldados. Ribera lo completó además con la erección de varios monumentos, con ánimo de dar un carácter especial a todo el conjunto.
Una ermita que más parece un pabellón de jardín
Aparte varias fuentes (hoy perdidas), uno de esos monumentos fue la ermita que nos ocupa, levantada a expensas del propio marqués de Vadillo. Años antes, este había sido corregidor de Plasencia y allí había desarrollado una fuerte devoción por su patrona, la Virgen del Puerto, así llamada porque la imagen que la representaba había sido llevada a esa población desde Lisboa durante la ocupación musulmana.
El templo se levantó para facilitar el cumplimiento de los preceptos religiosos a las lavanderas de la zona (para cuyos hijos se construyeron asimismo unas escuelas en las proximidades) y sirvió además de capilla sepulcral a la familia del propio marqués de Vadillo. La inauguración tuvo lugar en 1718 con el solemne traslado de la imagen de la Virgen del Puerto hasta la nueva ermita.
Desde el inicio hubo en Madrid una gran veneración por esa Virgen y se celebró una fiesta y verbena anual cada 8 de septiembre, que desde el siglo XIX se conoció como «La Melonera», por ser temporada de melones e instalarse muchos puestos junto a la ermita.
En 1780, el conjunto se amplió con nuevas dependencias adosadas construidas por el maestro de obras Juan Durán, quien además completó el conjunto urbanístico levantando, en la zona adyacente y paralelo a la alameda, pero a una cota superior, el denominado Paseo Alto de la Virgen del Puerto, con dos escalinatas para comunicación con el paseo bajo. Esta nueva vía es lo que hoy se conoce como Paseo de la Virgen del Puerto.
La ermita en sí y su entorno quedaron gravemente dañados durante la guerra civil, por lo que el edificio hubo de ser reconstruido a partir de 1948 por Rafael Mendoza Jimeno.
Después, en 1982 se completó una seria restauración dirigida por José Manuel González-Valcárcel y Valcárcel, en la que se eliminaron los revocos de las fachadas, dejando a la vista la sillería y el ladrillo, y se devolvieron a las torres sus cubiertas de pizarra, que en algún momento anterior habían sido sustituidas por otras de cinc. En la actualidad, todo el conjunto está paisajísticamente integrado en “Madrid Río”.
En el exterior, la impresión del edificio es la de un pabellón barroco concebido para realzar las posibilidades escénicas de su emplazamiento en un parque o, como se ha dicho, la de un “híbrido magistral entre la arquitectura religiosa y la civil”, a semejanza de otras ermitas que hubo en el Parque del Retiro y que hacían también las veces de pabellones de jardín.
En la fachada principal, dos torrecillas con balcón y campanario y terminadas en un chapitel de pizarra abuhardillado enmarcan un cuerpo central con una portada y un balcón bellamente moldurados, más propios de un edificio civil y adornados con las volutas y orejetas propias de Ribera. La puerta central está flanqueada por otras dos más pequeñas.
Creatividad arquitectónica
La planta, a la que se accede tras rebasar un zaguán, es compleja: centralizada y de pequeñas dimensiones, presenta un perímetro aproximadamente octogonal, ya que está constituida por cuatro lados de un cuadrado teórico que se prolongan con ábsides a modo de exedras; al fondo, un rectángulo perpendicular al eje de la nave hace de camarín y sirve de testero a dos capillas laterales.
Una cúpula con tambor cierra el espacio superior y evoca un chapitel de pizarra, pero, a diferencia de los chapiteles de las torrecillas, adopta más bien la forma de una campana boca abajo que se prolonga en amplios faldones, con ventanas abuhardilladas, que parecen acoger todo el cuerpo bajo. Más imaginativo aún es el remate final, constituido por una caperuza que parece destinada a “tapar” el conjunto y que se cierra en la habitual punta del chapitel. Todo ello evoca arquitecturas exóticas y representa una fusión de casticismo y “orientalismo”, no por heterodoxa menos airosa.
En el interior, todo es de elaboración reciente, dada la pérdida completa producida en la guerra civil. El retablo mayor acoge una imagen “de leche” de la Virgen del Puerto que es asimismo copia reciente y que representa a la madre amamantando al niño. Al pie del altar se encuentra la lápida sepulcral del marqués de Vadillo, bastante deteriorada. La capilla del lado de la Epístola está dedicada a Nuestra Señora de Sopetrán, patrona de Jarandilla de la Vera. La de la izquierda luce una copia decimonónica del llamado Cristo de Lepanto.