Publicado el 16 de marzo de 2017.
Esta será la tercera visita de la serie que tenemos programada para 2017. Tendrá lugar el viernes 31 de marzo y en ella conoceremos dos monumentos que están próximos entre sí: el Hospital de la Venerable Orden Tercera y la iglesia de San Francisco el Grande. Su duración será de aproximadamente dos horas. El número máximo de asistentes es de 30, por lo que haremos la inscripción por riguroso orden de peticiones.
La visita está abierta a socios de Trotea y a familiares o conocidos que les acompañen. Es necesario que confirméis vuestra asistencia con antelación, indicando vuestro nombre y el número de asistentes, a José Luis Díaz de Liaño (teléfono 666 353 221; correo electrónico jdl2008@hotmail.es). El precio de la visita completa es de 4 euros (para socios de Trotea) y 5 euros (para no socios), que pagaremos directamente a la llegada.
Nos acompañará, como de costumbre, Ángela Reina García, profesora de Historia del Arte y guía de la Comunidad de Madrid.
La hora de encuentro será un poco antes de lo habitual. Debemos estar a las 9.30 horas frente al Hospital de la Venerable Orden Tercera, en la calle de San Bernabé 11-13. Esta calle se inicia en la Gran Vía de San Francisco, algo más abajo de donde se encuentra la iglesia de San Francisco el Grande. La estación de metro más próxima es la Puerta de Toledo.
Para información más detenida sobre la visita, podéis seguir leyendo.
Lo primero que vamos a ver es el Hospital de la Venerable Orden Tercera Franciscana. ¡Vaya nombre! Pero no hay que asustarse, ya que todo tiene explicación. La orden tercera es la rama seglar, fundada por Francisco de Asís (como complemento de la orden primera, de Frailes Menores, y la orden segunda, de monjas Clarisas), para los seglares que, sin llegar a enclaustrarse y conservando su trabajo, familia y casa, quisieran llevar una vida de penitencia. Pues bien, esta Venerable Orden Tercera Franciscana tuvo un gran arraigo en Madrid y es fama que pertenecieron a ella, entre otros, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo y Miguel de Cervantes.
En el siglo XVII, esta Orden funcionaba como una especie de sociedad de socorros mutuos, ya que, por el pago de una módica suma periódica, daba derecho a sus miembros a recibir asistencia sanitaria y a un entierro digno. La Orden encargó incluso algunas obras importantes, como la llamada Capilla del Cristo de los Dolores (aneja a la iglesia de San Francisco el Grande y que, desgraciadamente, no podremos ver en esta visita por incompatibilidad de horario) y este Hospital de la calle de San Bernabé, construido para atender a los hermanos pobres.
Las obras, sobre planos de Marcos López, se realizaron a finales del siglo XVII. Del Hospital en sí, que ha sido objeto de profundas remodelaciones a lo largo del tiempo y que hoy es el más antiguo de los que están en servicio en Madrid, destaca la escalera, un soberbio espacio con pinturas murales de Teodoro Ardemans en el que cuelgan grandes cuadros de Juan Carreño de Miranda y de Juan Martín Cabezalero. Algo posterior al hospital es la iglesia, que también veremos, acogedora y muy elegante. Con planta “de salón”, tiene dos buenos retablos-hornacina, excavados en la pared, y en el altar mayor un retablo de finales del XVIII, en el que la estilizada traza neoclásica alcanza su esplendor en los ángeles de estuco, encabalgados en el frontón superior, que hizo José Ginés, escultor de cámara de Carlos IV y luego de Fernando VII.
Proseguiremos la visita con la vecina iglesia de San Francisco el Grande. Desde la Edad Media había en ese lugar un convento franciscano que daba nombre a todo el arrabal (arrabal de San Francisco). En 1760, poco después de la llegada de Carlos III a Madrid, se decidió construir ahí una iglesia digna de la villa, carente por entonces de catedral, para lo que se contaba con los recursos ingentes de la Obra Pía de los Santos Lugares, una fundación que gestionaban también los franciscanos.
El templo se diseñó con planta en forma de rotonda y capillas radiales, algo inhabitual en el Madrid de la época, pero su construcción resultó azarosa debido al reto que suponía la inmensa cúpula central, de dimensiones solo inferiores a la del Panteón de Roma. Las obras concluyeron finalmente bajo la dirección de Sabatini, que levantó una fachada nueva, un tanto “postiza”, con dos torrecillas laterales.
Estaba acabando ya el siglo XVIII y se inició la decoración interior, encomendándose a Goya una de las capillas. Sin embargo, las nuevas circunstancias políticas y económicas motivaron la suspensión de los trabajos y el recinto se dedicó en las décadas siguientes a variadas funciones: sirvió como hospital civil, se pensó utilizarlo como “Salón de Cortes” (edificio del Parlamento) y llegó a ser panteón nacional, para lo que se trasladaron a él los restos de personajes como Calderón de la Barca. Finalmente, en 1878 se decidió devolverle la función religiosa, para lo que se procedió a culminar su decoración interior. Desde entonces, ha sido objeto de hasta cuatro restauraciones completas.
El templo tiene rango de basílica menor y su interior es un buen ejemplo del arte español de finales del siglo XIX: ciertamente espectacular, aunque “más dirigido a asombrar que a convencer”. Intervinieron los mejores artistas de la época (los escultores Jerónimo Suñol, Ricardo Bellver o Mariano Benlliure, y los pintores Carlos Luis de Ribera, José Moreno Carbonero, Casto Plasencia o José Casado del Alisal), pero la joya del recinto sigue siendo la capilla situada a los pies para la que Goya pintó el soberbio lienzo de San Bernardino de Siena predicando ante Alfonso V.
Visitaremos también el Museo instalado en las dependencias de la iglesia, con una cincuentena de lienzos de Vicente Carducho, Francisco Ribalta, Alonso Cano o Francisco de Zurbarán. Quizá podremos detenernos en Jesús y la samaritana, atribuido a Artemisia Gentileschi, pintora italiana influida por Caravaggio que vivió en la primera mitad del siglo XVII y cuya obra y vida (incluida una terrible violación que dio lugar a un proceso judicial documentado) han permitido ver en ella “rasgos de feminismo”, por su negativa a aceptar los modelos aceptados de feminidad. Un interesante colofón para nuestra visita.