Obras premiadas del concurso de microrrelato


Publicado el 5 de mayo de 2021.

El 28 de febrero convocamos nuestro primer Concurso de Microrrelatos, restringido a los socios y encaminado a estimular su participación en un certamen escrito realmente abierto. De hecho, no abarcaba “microrrelatos” propiamente dichos, sino textos casi con cualquier contenido: “la simple exposición de una idea, el desarrollo de una breve historia, un poema, un texto dialogado, una reflexión jocosa, un comentario festivo, una anécdota, o un recuerdo…” Solo había dos requisitos: a) que la extensión no superase una página y b) que el texto comenzase por las palabras “La sombra de la noche puso término al día”.

Hasta el 30 de marzo, fecha límite de admisión, recibimos 7 textos. Para decidir con objetividad absoluta, los transmitimos, sin comunicar quiénes eran los autores respectivos, a Mila Bueno, que con tanto acierto está moderando nuestra Tertulia literaria (“La lectomotora de Mila Bueno”). Ya tenemos el resultado.

En el correo correspondiente, Mila nos comenta ante todo: “Estupendo para los concursantes tener ocasión de comunicar y lanzarse al desafío de continuar esa bonita primera frase. Además, en este caso, motivo de diversión y participación para el grupo. Enhorabuena para todos y cada uno de los que se han animado. Ha sido un placer leerlos”.

“Hemos votado la mayoría de miembros de la tertulia”, agrega Mila. Y concreta: “El ganador es el relato número 15 Viejos conocidos, adelantado en puntuaciones. En segundo lugar,  ha quedado el relato número 16  Dos tiempos. En tercero, el número 12,  La nostalgia no siempre es un error

Consultados los datos correspondientes, los ganadores han resultado ser:

  • Primer premio: Viejos conocidos, de Luis Martínez del Amo.
  • Segundo premio: Dos tiempos, de José Luis Díaz de Liaño.
  • Tercer premio: La nostalgia no siempre es un error, de Fernando Díaz de Liaño.

Los premios, como ya publicamos, serán bonos-regalo de una librería prestigiosa, para canjear por libros de libre elección, por importe de 100 euros para el primer premio, 75 euros para el segundo premio y 25 euros para el tercer premio. A los tres ganadores se les entregarán además sendos ejemplares del libro Enterrar un botón, que la autora, la propia Mila Bueno, ha tenido la generosidad de poner gratuitamente a su disposición, en un gesto por el que manifestamos aquí nuestro reconocimiento.

Habrá, por supuesto, un acto de entrega de premios. Y como queremos que sea un motivo para reunirnos después de tantos meses de aislamiento, será presencial. Por eso preferimos aplazarlo hasta después del verano, cuando la situación lo permita. Hasta entonces, nuestra felicitación a los ganadores.

Nuestro agradecimiento a todos los que han tenido la generosidad de enviarnos sus obras. Pensamos que la mejor forma de hacerlo es ofrecer la publicación de las siete obras; no solo las tres ganadoras, sino todas ellas. Podéis leerlas a continuación:

Primer premio: Viejos conocidos, de Luis Martínez del Amo

La sombra de la noche puso término al día. Habían bastado cinco minutos para borrar del cielo aquella fiesta de tonos naranja. Y liquidar así definitivamente el delirio morado de las nubes. Entonces el crepúsculo se adueñó de todo. Y el hombre salió finalmente hacia su cita.

Las calles eran un océano de basura, que él atravesó presuroso, sin detenerse en las marejadas compuestas de papeles y envoltorios, donde menudeaban los billetes de lotería rasgados y una nueva especie de habitante del sucio suelo de la ciudad: como medusas azules, las mascarillas quirúrgicas festoneaban los alrededores de papeleras y contenedores.

Al fin iban a encontrarse. Y esa alegría, tanto tiempo demorada, le hizo esquivar su habitual camino que, a aquella hora, bordeaba el exterior de las fruterías, donde muchachos africanos rivalizaban con amas de casa en el ritual de escardar en la basura, y la desolación de la calle principal, con su abundancia de comercios definitivamente cerrados.

Llegó al metro y bajó hasta el andén. El silbato le privó de sus pensamientos y trató de ganar entre empujones un lugar aislado entre las filas de viajeros, que, absortos y enmascarados, cotejaban en sus pantallas del móvil sus últimas notificaciones.

Al salir a la Gran Vía, un resplandor de plató televisivo le indujo a someterse rápidamente a un reinicio de su estado de ánimo. Parecía que la tristeza estaba de más en aquel espacio por donde se movían, convenientemente enmascarados, transeúntes de muy diverso pelaje, que comían pizzas, sorbían refrescos, paraban taxis o se hacían fotos con flash, mientras él avanzaba un poco acobardado por la anchísima acera.

Al fin dejó la gran arteria. Y enfiló la bocacalle donde ella lo esperaba. Algo le hizo sospechar cuando, en la distancia, ella no pareció reaccionar a su saludo. Pero la extrañeza cedió paso a la confusión, cuando, ya frente a frente, ni un ápice de reconocimiento asomó a aquellos añorados ojos grises. Y se convirtió luego en desolación cuando su broma de sacar el carnet para acreditar su identidad, no encontró el más mínimo eco en su antaño excelente sentido del humor, que él había encontrado siempre tan afín.

Y así transcurrió la velada. Con circunloquios y mil zonas vedadas, que él esquivó para no llevar la conversación a territorio pantanoso, aunque pronto se convirtió en una corta pero intensa sesión de tortura, a partir del momento en que él comprendió que la pregunta esencial que le asaeteaba por dentro, y que pugnaba por aflorar a su pasmada cara, nunca se llegaría a plantear:

—“¿Pero qué te pasa? ¿Es que ya no me reconoces?”


Segundo premio: Dos tiempos, de José Luis Díaz de Liaño

La sombra de la noche puso término al día. ¡Al fin! Acababan el ajetreo, el desasosiego, la zozobra por las tareas incesantes, por los desvelos minúsculos, por el mundo de afuera. Se abría la posibilidad de olvidar las obligaciones externas, de indagar en lo íntimo, de tantear los límites propios, quizá de vivir esa sensación que se esboza a veces en la noche, más aún en la madrugada, y que entre el sueño y la vela nos hace “ver las cosas claras”, o al menos vislumbrar soluciones para problemas que de día se antojaban insolubles. Llegaba el tiempo de la liberación, de lo individual: el tiempo flexible, subjetivo.

O también:

La sombra de la noche puso término al día. ¡Como siempre! El ritmo astronómico imponía una vez más su regla de alternancia: luz y oscuridad, día y noche, día y noche, día y noche… Una fuerza de cualidad tectónica impone ciertamente descanso a los azares de la vida. Pero no deja margen en ningún caso para la distracción. Es inútil oponerse a esa alternancia suprema y no cabe sino atenerse a ella, recuperando fuerzas cuando es necesario. Lo subjetivo es ilusorio, un modo de negar la evidencia de lo real. El tiempo es siempre inflexible, objetivo.

¿Podemos elegir?


Tercer premio: La nostalgia no siempre es un error, de Fernando Díaz de Liaño

La sombra de la noche puso término al día y consintió que, al fin, el Sol descansara después de haber brillado esplendorosamente. El anochecer se esparcía cual tinta derramada anunciando una discreta arribada de la luna como si ésta no quisiera quebrar un, sobrevenido, absoluto silencio.

Entonces, desconozco por qué, rememoré la otra noche un crepúsculo transcurrido, no hace tanto tiempo, en Lisboa en la bella y misteriosa Lisboa, capaz de hacer congeniar, privilegiadamente, lo atlántico y lo mediterráneo y resistente a la irrupción del atardecer al portar en sí, como señal inequívoca de identidad, una inimitable luminosidad, una luz que parece invitar a su absorción.

Recuerdo como si fuese ayer que paseando por A Baixa -aunque quizás hubiese sido más propio que ello hubiera acontecido en Alfama, pero no se puede pedir todo- se oía desde una vivienda la grabación de un fado, desgarradora expresión de la saudade, cantado por la incomparable Amalia Rodrigues con la excepcional compañía de Don Byas al saxo y “transmitiendo”, por la hondura de la interpretación, eso que es, sí, tan difícil de alcanzar por un artista. Se trataba del fado “Lisboa Antiga”, que viene a decir -porque las traducciones, ay, son sólo aproximaciones al texto original- aquello de:

“El velo de la nostalgia

cubre tu rostro

de linda princesa.

No volverás

Lisboa antigua y señorial a ser morada feudal

de tu esplendor real”.

Se suspiraba nostálgicamente, pues, en el fado por un esplendoroso pasado lisboeta que no habría de volver, pero girando ello sobre una ciudad que es, en sí, todo un monumento nostálgico. Y no se trataba, sin embargo, de ninguna suerte de banal redundancia sobre la nostalgia que podría vaciar el mensaje comunicado, sino de una admirable y triunfadora expresión artística.

Por si faltara poco, además, en los últimos tiempos, Lisboa, desafiando a sus propios y también a extraños, ha renacido con gran pujanza.

Y es que la nostalgia no siempre es un error.

Sin título, de Alejandro González Montes

“La sombra de la noche puso término al día” parece el título de una novela, ¿verdad? Bueno lo cierto es que es algo que nos ocurre cada día.

Hoy estaba en casa, recién llegado de la calle, había ido a casa de unos amigos que no había visto hacía varios meses (éramos cuatro en total). Empecé a quitarme la mascarilla que había estrenado hoy. Solté las cintas tras las orejas y tiré hacia delante para despegármela del rostro, pero… era imposible, parecía que se había soldado a mi cara y no se movía.

¿Qué podía hacer? Quizá mojándola un poco y esperando un par de minutos se despegaría. Así lo hice, pero no logré nada; volví a tirar de la tela que se me había pegado a la cara sin conseguir resultados.

La noche había ya caído sobre la ciudad y lo único que se me ocurría era ir a URGENCIAS, al hospital. Sentía que respiraba con dificultad y bajé a la calle, por suerte pasaba un taxi libre por la esquina de mi calle, subí y le indiqué al taxista adonde quería ir, apenas había tráfico, así que tardamos poco en llegar.

A la entrada del hospital indiqué, con voz ahogada, a la persona de recepción lo que me pasaba. Me respondió que enseguida vendría un sanitario y me dispuse a esperar.

Enseguida llegaron otras personas nerviosas a explicar su problema que parecía ser como el mío: NO PODIAN QUITARSE LA MASCARILLA.

Apareció un médico de guardia que tras escuchar nuestras explicaciones hizo algunos intentos sin conseguir nada y nos comentó que pensaba que se trataría de una partida de mascarillas defectuosa, con alguna sustancia adhesiva y que con algún hidrogel o similar se podrían despegar. Seguían llegando, en gran número, más personas con el mismo problema y la solución apuntada no daba resultado.

Al cabo de un rato volvió el médico, junto con otro doctor y nos dijeron: “Debe de tratarse de una pandemia nueva, de mascarillas” habrá que investigar y dar con el tratamiento, vacuna o lo que sea.

En mi angustia comprendí que el PANGOLÍN había entrado en acción de nuevo y confié en que la llegada del nuevo día trajera alguna solución…

Sin título, de José Antonio Nieto

La sombra de la noche puso término al día. Un día especial para mí: el de mi sesenta cumpleaños y también el primero de mi jubilación.

Después de haber disfrutado de la compañía de mis seres queridos, ya en la paz de mi alcoba, me quedé reflexionando sobre la nueva etapa de mi vida a la que este día daba comienzo. En un momento de mi reflexión, tomé la pluma y escribí así:

 La espiritualidad, la sed de trascendencia, de eternidad es un estado de ánimo humano inspirador sublime de las artes, las religiones, las ciencias.

Termina el rascacielos más alto, admirable, no sigue. Termina el cohete espacial, admirable, llegando a su destino; pero no termina ese anhelo permanente de fuga hacia las alturas, como contemplar las estrellas, como una catedral gótica, como la pintura de El Greco, como la música de Bach, como El ciprés de Silos, «ejemplo de delirios verticales».

No termina el asombro, la perplejidad.

Nunca terminamos de desear, de soñar, de aprender.

Nunca terminamos de aprender.

Somos aprendices, humildes aspirantes.

 Soy aprendiz.

¿Y para qué sirve cumplir años?

Pues,  para hacerse viejo: 

un viejo aprendiz.

Especulación, de Juan Díaz Turleque

La sombra de la noche puso término al día.

Una obviedad retórica de gusto romántico,

pues un pragmático diría,

simplemente, llegó la noche,

o bien, se acabó el día.

No obstante, cabe

en torno a ello especular,

si en un lejano o próximo futuro,

a buen seguro,

la noche con el día acabará;

o es este el que eternamente,

como cualquier disco duro,

para siempre quedará.

Pues es muy torpe pensar

que todo aquello que existe,

tal como conocemos,

permanecerá inmutable,

ya que el cambio es lo probable

y el gusto está en la variedad.

Y habiendo mentado al gusto,

yo prefiero

a la noche prolongar,

pues soy feliz en la cama

y no encuentro

el oportuno momento

que me deba levantar.

Jerga en 2021, de Juan Díaz Turleque

(Poema asimétrico de rima disonante)

La sombra de la noche puso término al día.

Naturalmente.

Y la claridad de la mañana acabará con la noche.

Por supuestísimo.

Es como muy evidente, por ahora.

Pero de cara a mañana

no se sabe a qué apostar.

Si la noche con su sombra con el día ha de acabar,

o es el día, sí o sí, el que a ella seguirá.

No es una distopía,

Es el reto que debemos solventar.

Pues, tanto una como el otro,

es manía,

tienen competitividad.

El día, con saludable eficiencia currar,

escalando la excelencia,

o reinventándose un poco,

siempre con combatitividad.

Y la noche para bien desescalar.

Desde el minuto uno, debemos optimizar,

implementando performans.

De manera inclusiva y con sostenibibilidad,

empoderemos la noche

y superbién concluiremos,

que debemos,

la restauración restaurar.

¿Vale?

Imagen de cabecera: ‘Crepúsculo de Antímano’ (2014), de RivasCAI.



 

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