Trotea https://trotea.com/el-romanico-palentino-y-el-medievo-o-su-circunstancia/ Export date: Tue Feb 4 21:54:35 2025 / +0000 GMT |
El románico palentino y el medievo, o su circunstanciaPublicado el 6 de enero de 2025. (Este artículo fue publicado primeramente en la revista Administración Digital 1). Aconteció que la primavera pasada el viajero se embarcó en un periplo que le condujo al encuentro con el románico palentino (1). Y conviene aclarar, antes de entrar en materia, que la pretensión, en aquella coyuntura, era la de girar visita sólo a una parte del citado arte, ya que no en balde la provincia de Palencia alberga -ahí queda eso- la mayor concentración de monumentos erigidos bajo el prisma del románico en el escenario europeo. En ese sentido, y concretando la ruta entonces seguida, la misma se limitó al románico de la zona Norte de Palencia y aun a éste parcialmente, pero de forma tal que resultó suficientemente representativa del mismo, ya que permitió contemplar la transición operada en el románico, lo que constituía, para uno al menos, el principal aliciente del viaje. UNAS CONSIDERACIONES El caso es que el viaje antes referido lleva al abajo firmante a formular unas consideraciones sobre el arte románico aun a riesgo de que al lector le puedan parecer hasta obvias. Así, ha de decirse, con carácter previo, que el románico es un arte europeo (2) que se despliega en la Edad Media-en concreto desde finales del siglo X para extenderse después durante los siglos XI, XII y XIII-, que es un arte casi exclusivamente religioso, cristiano, y que, por ello, cristalizó muy mayoritariamente en monasterios y en iglesias de la Cristiandad. Eran los monasterios e iglesias, particularmente los benedictinos, en aquellas centurias medievales centros culturales potentes-prácticamente monopolizaban la cultura-que ejercían, asimismo, funciones educadoras, docentes, en relación a los fieles y que eran desarrolladas en el contexto de las altas tasas de analfabetismo existentes entre la población. Y esa labor pedagógica en lo religioso se articulaba no sólo desde el púlpito sino también a través de la decoración en piedra de los monumentos románicos, decoración que aspiraba a instruir a las gentes en conceptos fundamentales de la religión incorporando representaciones gráficas de escenas de las Sagradas Escrituras. Por eso, se ha sostenido certeramente que el románico constituyó, a esos efectos, un “catecismo hecho en piedra”. El románico presentaba, continuando con este introito y cambiando de tercio expositivo, una serie de notas características, siendo de entre ellas las siguientes: las iglesias eran más bien bajas, pequeñas, con escasa iluminación natural en su interior, sumidas en semioscuridad al haber pocas ventanas y ser éstas reducidas, comportando todo ello una suerte de invitación a los fieles al recogimiento y a la meditación; una sencillez, una discreción, valga el término, encarnada en la construcción de los monumentos que, en un superficial vistazo, podía y puede llevar al observador a no reparar en la dificultad técnica del levantamiento arquitectónico de los edificios construidos. Otras notas características del citado estilo serían el hecho de servirse, en su primera época y como seña de identidad arquitectónica, de las bóvedas de cañón y de los arcos de medio punto; la circunstancia, por otra parte, de perfilarse la piedra en su elemento material por excelencia y en color amarillo, lo que ha llevado a Cernuda (3) a decir que “al gótico le va lo gris, al barroco lo rojo, pero al románico lo amarillo; la piedra rubia, melada, ambarina, áurea que el románico, inconsciente o descuidado de su propia hermosura…”; los supuestos, asimismo, de que las figuras-plasmadas en pinturas y en esculturas se muestren hieráticas, inexpresivas, sin reflejar sentimientos o emociones y de que las pinturas en concreto-que eran al fresco-ofrezcan una representación plana, sin perspectiva. EL ROMÁNICO Y LAS LECTURAS DEL MISMO SUSCRITAS POR CLUNY Y POR CÍSTER Resulta obligado por lo demás, al aludir al románico, y con el propósito de ayudar a entender sus claves, remitirse a los orígenes del mismo, inevitablemente conectados a las reformas emprendidas en el Medievo en la Orden benedictina, reformas que comportaron una llamada a la recuperación de unos relegados, olvidados, fundamentos inspiradores de la citada Orden que se hallaban en los conceptos de la regla escrita por San Benito. Esas reformas fueron planteadas, en tiempos y con propuestas diferentes, desde los monasterios de Cluny, en el siglo X, y de Císter, en el siglo XI, ubicados ambos en la Borgoña francesa. Y, en lo que aquí interesa, al producirse un importante crecimiento en el número de monasterios e iglesias cluniacenses y cistercienses-en el siglo XII había cerca de setecientos de esos monumentos en Europa-ese hecho supuso que, adoptado el románico en esas sedes, el mismo se universalizase. A consecuencia del sucesivo protagonismo ejercido por Cluny y por Císter, que fue determinante, como se ha dicho, para la suerte del arte románico, éste se configuró en dos variantes, en dos lecturas, diríamos. En efecto, sucedió que, discrepándose por Císter de la ostentación de poderío y de lujo y de la profusa iconografía observada en los templos y monasterios en que se había incurrido por Cluny, se procedió por los cistercienses a postular una estricta austeridad y sencillez que tuvo su correspondiente reflejo en las construcciones religiosas. De esta forma, puede sostenerse que si constituyó una peculiaridad de los edificios cluniacenses la copiosa decoración, fundamentalmente escultórica, interior y exterior, alojándose tales afanes decorativos particularmente en frisos y en capiteles, en los templos cistercienses, a “contrario sensu”, se advertirá, a consecuencia de la austeridad preconizada por Císter, la llegada al espacio del románico de un estilo que podría calificarse como de severo, con escasos adornos, sin policromías y sin presentar iconografía en las esculturas. Más en concreto la propuesta de Císter, en términos arquitectónicos, implicaba, a diferencia de Cluny, la existencia de bóvedas de crucería, con contrafuertes-en su caso-de arcos ojivales y de arquivoltas apuntadas, de finas columnas y capiteles vegetales, así como la existencia de ábsides circulares y rectangulares, de ventanas de vidrios blancos y una ausencia de torres o de campanarios de excesiva altura. EL MEDIEVO Y SUS TRANSFORMACIONES Continuando con estas consideraciones hay que decir que, siendo el Medievo el marco, la circunstancia en la que se desarrolló el arte románico-con influencias recíprocas entre ambos actores-se comprueba cómo durante no poco tiempo se ha podido por estudiosos enjuiciar globalmente a la Edad Media como un período de tiempo oscuro, alimentado en tal condición por el aislamiento de los núcleos poblacionales y por la ignorancia de las gentes, así como por la propagación de supersticiones o por la existencia de regímenes políticos teocráticos, sucediendo todo ello en un permanente escenario de brutales guerras y epidemias. Se llegaba con tal perspectiva a estimar a la Edad Media-sin proceder a su valoración en sí misma y a su propia entidad-más bien como una época intermedia, sin más, sin acusados atractivos, entre la Antigüedad Clásica y la Edad Moderna y apegada, como distintivo, al inmovilismo. Pero ya en el siglo diecinueve el Romanticismo propició un redescubrimiento de la Edad Media contemplándola como una época con acentos propios, y ello permitió que se visibilizara como un período mucho más activo, dinámico y vital de lo que se había afirmado con anterioridad, ya que durante el mismo se produjeron hechos de diverso y de alcance y “movidas” en distintos órdenes, harto significativas: la irrupción, por ejemplo, del Sacro Imperio Romano Germánico, de Bizancio y del Imperio Islámico. Así, podía exclamarse, sin restricciones mentales, “e ppur si muove” al hacerse una referencia a la Edad Media. Y, en todo caso, dicho ello sin incurrir en excesos vistos en los últimos tiempos que glorifican al Medievo, nostálgicamente, para intentar justificar planteamientos defendidos ahora y no precisamente progresistas. Precisamente observando las dinámicas producidas se detecta en aquellas calendas, frente a un inicial aislamiento de las poblaciones, cómo se origina una importante circulación de las personas-en concreto de estudiantes y de peregrinos-a través del espacio europeo y cómo esa advertida movilidad resulta más acentuada en el caso de los mercaderes, incrementándose considerablemente los intercambios al haber eclosionado el comercio. Además, se da el caso de que si, por una parte, se aprecia en el Continente europeo una cierta unidad, propiciada por la preeminente Cristiandad, por otra se comprueba que dicha unidad de alguna forma queda rebajada, cuarteada, en términos políticos con la disgregación provocada por la configuración de embrionarias naciones, de entidades políticas independientes, de pequeñas ciudades-estado frente a Monarquías feudales. Pero fueron más los cambios operados durante el Medievo: así el hecho de que la preponderante sociedad rural se fue progresivamente urbanizando con el consiguiente trasiego de la población del campo a las urbes al grito de” la ciudad nos hace libres”; la adopción de un feudalismo superador del esclavismo; la emergencia de una burguesía incipiente, pero que alumbró los perfiles de lo que constituyeron más tarde las estructuras capitalistas, ciertamente rompedoras en la sociedad, sin olvidar el surgimiento de las Universidades y, dato trascendente, la pervivencia del derecho romano. Y, en fin, como algo que viene a confirmar los cambios habidos en la Edad Media incluso aquellos estudiosos que defendían, tópicamente, una visión del Medievo como algo inmóvil, venían, sin embargo, a distinguir la existencia de tres períodos: la Alta Edad Media (siglos V a X); la Plena Edad Media (siglos XI a XIII) y la Baja Edad Media (siglos XIV y XV), lo que venía a reconocer paladinamente que hubo una evolución, que se produjeron obvias transformaciones a lo largo de los mil años de duración del Medievo. (Se ha aludido, en línea con lo antes expuesto, a la configuración de una “Antigüedad tardía”, lapso temporal que se extendería desde el siglo III al VIII, abarcando, pues, parte de la Edad Media, y que supondría una era de incidencia de potentes mutaciones como ha relatado P. Brown (4) sosteniendo que “los rapidísimos cambios de este período decidieron la diversa evolución de Europa, occidental y oriental, y de Oriente Próximo”). Pues bien: en lo que aquí atañe, ha de ponerse de relieve que las mutaciones acaecidas en el Medievo alcanzaron, asimismo, al arte románico al fraguarse, diferenciándose del románico originario, el arte denominado tardorrománico o románico de transición. Y es que sucedió que en el espacio del románico se innovó arquitectónicamente por parte de Císter en relación al modelo de Cluny con aportaciones, como antes se dijo, que venían a anunciar, además, la arribada en la Baja Edad Media de un nuevo arte: el gótico, que se iba a “apropiar”, valga la expresión, de tales novedades cistercienses en las construcciones de monumentos. LA OBSERVACIÓN EN LOS MONUMENTOS DEL PASO DEL ROMÁNICO ORIGINARIO AL ROMÁNICO DE TRANSICIÓN Retomando el hilo de lo enunciado al principio de estas líneas sobre el viaje emprendido hacia el románico de la zona Norte de Palencia, acaso convenga aclarar previamente que no se ha aspirado-lo que abrumaría, sin duda, al lector-a transmitir muchas informaciones puntuales sobre los monumentos visitados, sino que lo que se ha pretendido es comunicar, a juicio del que esto suscribe, los ítems más notorios de aquellos, alentando, en todo caso, a los hipotéticos lectores a su visualización directa o, en su defecto, indirecta a través de los diversos medios virtuales visuales existentes. Y es que sucede que las impresiones, orales o escritas, que al respecto se trasladen por un viajero a gentes desconocedoras de unos lugares y obras, constituirán un pálido reflejo de las sensaciones que se obtengan con una comparecencia “in situ” o, al menos, virtual. La ruta comenzó, pues, haciendo una breve parada en Carrión de los Condes, localidad emplazada en la zona románica palentina del Camino de Santiago, y rica en monumentos, optándose en esa tesitura por acudir a la iglesia de Santiago y al Monasterio de San Zoilo. La iglesia de Santiago, del siglo XI-que es ciertamente representativa del románico de transición, siendo lo más destable de la misma su fachada occidental-presenta en la portada tres arquivoltas de medio punto y un friso que es una obra maestra en piedra con tallas esculpidas de gran valor y con un fino trabajo labrado en altorrelieves. El friso muestra, en perfecta y armónica escenografía, a un Dios sedente, “Maiestas Domini”, el Pantocrátor, el Todopoderoso, que, con solemne hieratismo, está portando el Libro de la Vida, el Tetramorfos (los cuatro Evangelistas representados por sus respectivos símbolos iconográficos) y a los Apóstoles custodios de las doce puertas de la Jerusalén celeste. Las dovelas de la misma portada, por su parte-en una suerte de crónica de la época-muestran oficios y personajes tales como músicos, un herrero, un zapatero, un sastre, un cocinero, un monje, una bailarina contorsionista, un juglar músico, la lucha entre dos infantes..., apreciándose, asimismo, dos columnas y capiteles, con fustes decorados zigzagueados y relieves de ángeles… Lo sagrado y lo profano, en suma, aquí representado. La portada es, pues, todo un referente no sólo del arte románico palentino sino también del arte medieval europeo. Pululando, a renglón seguido, por Carrión de los Condes el viajero se acercó después al antiguo Monasterio de San Zoilo-que en la actualidad es una instalación hotelera-cuya fábrica es del siglo X y que, originalmente, se construyó siguiendo el estilo románico cluniacense. Del Monasterio sólo quedan, pero se trata de piezas de indudable interés, un enterramiento, una ventana, una imposta ajedrezada, sarcófagos de nobles, algunos capiteles, la preciosa portada occidental y parte de la fachada primitiva con torre-campanario. La puerta occidental tiene cinco arquivoltas y fustes rematados por capiteles, que muestran relieves historiados, de gran calidad escultórica. Por otra parte, el Monasterio guarda un espléndido claustro plateresco que se ha calificado como una maravilla, única en Europa, del estilo gótico-renacentista y cuya construcción fue finalizada en el siglo XVII. Presenta el monumento dos alturas asentándose el claustro inferior en arcos apuntados y el claustro superior haciéndolo en arcos de medio punto, y disponiendo, en su conjunto, de una profusa ornamentación en piedra consistente en figuras de apóstoles, evangelistas, reyes, emperadores, pontífices, doctores, monjes, santos…Hay hasta 230 medallones con retratos de personajes y más de 120 esculturas. Es destacable, asimismo, la iglesia, barroca, del siglo XVII; con una nave, coro, sillería, un apreciable retablo y un órgano barroco. Después de esta inicial parada la ruta previamente diseñada llevaba al que suscribe a la localidad de San Andrés de Arroyo, perteneciente al municipio de Santibáñez de Ecla, en el que se encuentra el Monasterio de Santa María y de San Andrés (también conocido como Monasterio de San Andrés de Arroyo) situado ya en la zona Norte del románico palentino, objetivo, se recordará, del paseo cultural proyectado. Esta Abadía, de monjas cistercienses, constituye uno de los recintos románicos que está mejor conservado, y su levantamiento se produjo durante los siglos XII y XIII, habiendo inspirado con su estilo el de otras construcciones románicas de la zona Norte palentina. La entrada a la Abadía se hace por una puerta renacentista con un gran arco ojival que está acompañada de una espadaña. Se pueden visitar en el recinto la iglesia, la sala capitular y el claustro. Para la construcción de la iglesia sirvió de modelo el templo del Monasterio, de monjas cistercienses, de Santa María la Real de las Huelgas, de Burgos (en adelante Monasterio de las Huelgas). La iglesia es un templo de cruz latina, con una sola nave, un coro cerrado con tres arcos y un crucero rematado en triple ábside (heptagonal uno, con estrechos ventanales y arcos de medio punto que descargan en arquivoltas y cuadrados los otros dos, con bóvedas de crucería) conteniendo tres Capillas y destacando el presbiterio. En la capilla mayor se encuentran las imágenes de San Benito y de San Bernardo, fundador el primero de la Orden Benedictina e impulsor el segundo de la Orden Cisterciense. La joya del Monasterio es, sin duda, el claustro, elegante, equilibrado, y reclamando silencio para poder admirarlo. Su fábrica es del siglo XII con reforma en el siglo XVI, y es una muestra excepcional del románico de transición palentino, influido en su estilo por el adoptado en las claustrillas del Monasterio de las Huelgas. El claustro consta, respectivamente, de dieciséis arcadas en las galerías norte y sur y de diecinueve arcadas en la galería del oeste, con parejas de dobles columnas y capiteles con finísima decoración, no iconográfica, de tipo vegetal. Descuellan sobremanera las columnas angulares, más gruesas, y exhibiendo acabada decoración sustentada en motivos geométricos o florales, así como los capiteles entrelazados. La sala capitular, a su vez, se desprende del claustro y presenta en su interior una acabada bóveda de crucería con arquivoltas apuntadas, esbeltas columnas soportando capiteles de hojas rizadas y, exhibe dos sarcófagos decorados con motivos evangélicos y una escultura de San Andrés. Finalizada tan estimulante visita correspondía continuar sin más preámbulos la singladura a través del románico palentino-es lo que tienen, !ay!, los viajes-escapadas, tan útiles, pero tan en lucha contra el limitado tiempo del que en ellos se dispone-y ello llevó a conocer la iglesia del antiguo Monasterio de Santa Eufemia de Cozuelos, situada en Olmos de Ojeda. La iglesia-digámoslo ya: del Monasterio no queda nada-es de propiedad privada, constituyendo uno de los ejemplos más bellos-otro más-del románico de transición y se construyó durante los siglos XII y XIII, sobresaliendo, a primera vista, la singular espadaña con campanario de la fachada. Presenta el templo en su interior una planta de cruz latina, una sola nave y una cabecera con tres ábsides semicirculares, siendo el mayor en altura y tamaño el central de los mismos. Conviven en la iglesia en el estilo románico sus versiones cluniacense y cisterciense. Ello se refleja meridianamente en la adopción en el interior de la iglesia de un estilo románico originario, cluniacense, en la cabecera y crucero y de un estilo ojival en el brazo de los pies, apreciándose, asimismo, que el tramo recto del presbiterio y la sala capitular se cubren con bóveda de crucería mientras que los brazos del crucero están cubiertos por bóvedas de cañón apuntado. Esa coincidencia, en perfecta armonía, de los estilos cluniacense y cisterciense en el interior del templo se traduce también en el hecho de encontrarse, de un lado, figuras esculpidas monstruosas, con leones y águilas afrontadas y escenas historiadas, como Sansón aquijarando al león y las Tres Marías, así como ábacos ornamentales y bóvedas lisas, y, de otro, finas columnas esbeltas y capiteles vegetales con hojas labradas muy finas. Llama la atención, por lo demás, en el exterior, la portada sur del templo, hoy portada principal, con dos arquivoltas apuntadas decoradas con elegantes motivos vegetales y capiteles con minuciosa ornamentación vegetal. Y a destacar en la parte occidental del templo la espadaña triangular típica de la zona. El caso es que aun esperaba al que suscribe deleitarse con una auténtica perla del románico palentino y, en general, del románico, alojada en la iglesia de San Juan Bautista, situada en la localidad de Moarves de Ojeda. Se trata de una iglesia del siglo XII, con posterior reforma tardogótica, y, en esa sede se tuvo ocasión de admirar su portada sur que incorpora cinco arquivoltas de medio punto con motivos ajedrezados y hojas de acanto, que descansan sobre columnas que, a su vez, sustentan capiteles figurativos con escenas juglarescas y en los que están representados bailarinas, músicos, saltimbanquis, Sansón aquijarando al león, dos hombres luchando con un león, dos lectores atendiendo a un volumen… Pero el tesoro del templo es, sin duda, el friso, fabricado en fulgurante piedra amarilla rojiza-que hizo manifestar a M. de Unamuno (5) que se trata de “una bella portada de encendida encarnadura”-y que está extraordinariamente bien labrado. Muestra el friso, en el centro, la figura sedente de Cristo, del “Maiestas Domini”, que con una mano alzada está en actitud de juzgar y que con la otra sostiene el libro de la Sagrada Escritura. Y esa composición exhibe, asimismo, cuatro figuras que representan a los cuatro Evangelistas: un ángel (San Mateo); un águila (San Juan); un buey (San Lucas) y un león (San Marcos) acogiendo, asimismo, las figuras de los doce apóstoles-seis a cada lado del Pantocrátor u Omnipotente-figuras que portan distintos objetos tales como libros y cruces. Los capiteles, por su parte, están decorados con animales fantásticos y elementos vegetales. Toda la composición revela una proporción, una cadencia y una armonía que hacen rayar, sin exageración, al friso en la perfección. Y después de haber tenido la oportunidad de ver tan magnífica obra de arte el itinerario a seguir, lo que constituyó otra agradable sorpresa, encaminó los pasos del viajero a la localidad de Vallespinoso de Aguilar, perteneciente al municipio de Aguilar de Campoo, en donde se halla la Ermita de Santa Cecilia, levantada a finales del siglo XII. Y allí se pudo apreciar una iglesia de reducidas dimensiones, en la que es apreciable la justeza de sus proporciones, que tiene la peculiaridad de encontrarse varada sobre un risco, de tener a un lado un manantial y de estar asentada, como presidiéndolo, en un bello y pintoresco paisaje. La contemplación del templo provoca, se ha dicho acertadamente, un “goce estético” en el visitante y, desde luego, que se puede dar fe de ello. La iglesia, con una torre-campanario defensiva cilíndrica, se perfila en su interior en una única nave, rectangular, con presbiterio largo y bóveda de cañón apuntado, que antecede al ábside que es semicircular. El ábside se divide, a su vez, en tres espacios, cada uno de ellos con ventana, conteniendo el central una arquivolta de medio punto ornada con hojas de acanto. Capiteles y canecillos, a su vez, muestran figuras escultóricas: Sansón aquijarando al león, el castigo del avaro, parejas de grifos… En el exterior la portada sur de la iglesia presenta un arco triunfal con siete arquivoltas ligeramente apuntadas destacando la decoración vegetal de la intermedia. Las arquivoltas descansan sobre columnas y capiteles que componen una continua banda decorativa En los capiteles, por su parte, se exponen distintos temas: un combate entre dos centauros; una pareja de dragones; un dragón y un soldado forcejeando, las Tres Marías, la Resurrección de Cristo, unos personajes que representan actividades y oficios medievales… Quedaba aun todavía recorrido cultural de gran interés a realizar y había que proseguir hasta Aguilar de Campoo, población que goza de un valioso conjunto monumental. Y, escogiendo entre sus propuestas de arte románico, se tomó la decisión de girar una visita hacia el antiguo Monasterio de Santa María la Real, de los siglos XII y XIII, que se encuentra aposentado a la vera del río Pisuerga, a los pies de una escarpada peña dominada por el Castillo medieval de la localidad. El Monasterio acoge hoy, entre otras instituciones, a la Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico (que resulta capital para el conocimiento del románico) y al Museo Rom: Románico y Territorio. Son muchas las historias y acontecimientos vividos por el Monasterio. Así, se procedió durante la Edad Moderna a realizar varias intervenciones y ampliaciones en aquél, pero es que a ello ha de añadirse que el recinto padeció determinadas vicisitudes-no siendo, por su impacto, la menor de ellas la de la desamortización-que habían llevado al Monasterio al abandono y, como consecuencia, a la expoliación e incluso a la condición de víctima, valga la expresión, de actuaciones de vandalismo. Finalmente se abordó la rehabilitación integral del recinto, con su puesta en valor, a partir de finales de los setenta del pasado siglo, con criterios didácticos, arqueológicos y funcionales (6), ya que se pretendía, lo que fue un gran acierto, reconstruir el Monasterio y, al tiempo, rehabilitarlo con nuevos usos seculares del mismo. Destaca en el antiguo Monasterio-en el que se adoptó la arquitectura cisterciense, otro singular ejemplo del románico de transición-la iglesia, gótica, pero con portada románica con tres arquivoltas e icónica espadaña, que se eleva en dos cuerpos. El templo, del siglo XIII, de planta basilical, se despliega en tres naves, que se separan entre sí por arcos apuntados sobre pilares a los que se adosan columnas con nervios que componen las bóvedas de crucería y en tres ábsides, de los que se conservan dos. El claustro, también del siglo XIII, cuadrangular, se presenta con galerías cubiertas con bóvedas de crucería y arquerías de medio punto que descansan sobre columnas, quedando, a su vez, abrazadas a arcos mayores separados por contrafuertes. Columnas y capiteles están decorados básicamente con motivos vegetales (acantos, hojas, cestería) y con algunos de animales. Una sala capitular, a la que se accede desde el claustro, de planta rectangular y cubierta también con bóveda de crucería, luce capiteles finamente tallados. El caso es que la estancia en Aguilar de Campoo demandaba acercarse, asimismo, a la bella iglesia Colegiata de San Miguel, del siglo XIV, que parece presidir la plaza de España con una impresionante torre-campanario. Es un templo gótico, pero en el que confluye el estilo románico de transición, focalizado en la sugestiva portada occidental incorporando nueve arquivoltas con curva apuntada que descansan en dieciocho capiteles con decoración vegetal. En fin, ya era hora de finiquitar tan sugestivo tour cultural como el realizado, de dejar atrás unos monumentos, románicos, de aparente sencillez arquitectónica, sin incurrir en consecuencia en suerte alguna de espectacularidad o de arrogancia, si bien exhalando una honda belleza y elegancia y un “como sin querer” brillar, ya que el románico parece un arte descuidado o inconsciente de su propia hermosura. Y toda esa demostración arquitectónica está acompañada de trabajos realizados en fina escultura, esculpidos en piedra por geniales artistas, y que además de su vertiente temática de orden religioso-si bien la percepción del motivo religioso quedará absorbida por su excelsa presentación artística-mostrarán un repertorio mundano de la sociedad de la época. Y así se habrá podido comprobar cómo los motivos de las esculturas-lo sagrado y lo profano-se repiten a lo largo del itinerario que se ha seguido. Son los edificios románicos monumentos que “transmiten”, que “llegan” al visitante-transmitir será siempre la máxima aspiración en el Arte-y que permiten detectar los sutiles, sin rupturas, cambios operados en el románico originario por el románico de transición, que es una plenitud artística en sí misma, al inyectar en el románico cluniacense, rural, esbeltez y sobriedad con independencia de que además preludie la arribada del gótico. Son, en suma, las mutaciones experimentadas en el románico reflejo de las dinámicas y cambios acaecidos en la Edad Media, lejos, por lo tanto, del tópico de un inmovilismo que parecía indefectiblemente asociado al Medievo. Y en el recuerdo del viajero-que ha observado, como algo indesligable, al románico y a su circunstancia, el Medievo- permanecerán especialmente grabadas las imágenes, y permítase proclamar esta predilección, de los frisos de la iglesia de Santiago y de la iglesia de San Juan Bautista, el claustro del Monasterio de San Andrés de Arroyo, así como la panorámica paisajística perceptible desde la Ermita de Santa Cecilia y la vista misma de la Ermita. Ah, y sin olvidar-en atractivo cambio de panorama-el recorrido, interesante y placentero, realizado en aquella coyuntura, en una embarcación, en el Canal de Castilla, impresionante obra hidráulica iniciada en el siglo XVIII, época ilustrada, y el espectáculo de las fantásticas puestas de sol contempladas desde la terraza del Parador de Cervera de Pisuerga, asentado, en un lugar, créanlo, idílico. (1). En viaje organizado por la Asociación Cultural Trotea, que venía a completar otro tour celebrado en 2014 por la misma Asociación Cultural, focalizado en aquella ocasión en el románico palentino del Camino de Santiago. (2) Según J.McHugo-pero eso, apuntamos, no desdeciría la condición europea del románico por su implantación abrumadora en esa área-determinados monumentos de Siria demuestran que “los sirios están igualmente justificados para afirmar que fue en su país donde se originó la arquitectura románica”. “Historia mínima de los árabes”. Ed. Turner. 2022. (3) “Ocnos”. Ed. El País. 2003. (4) “El mundo de la Antigüedad tardía. De Marco Aurelio a Mahoma.”. Ed. Taurus. 2021. (5) “Andanzas y visiones españolas”. Ed. Renacimiento. 1922. (6) A iniciativa de la Asociación de Amigos del Monasterio de Aguilar, bajo el liderazgo del arquitecto José María Pérez González (Peridis). Dicha restauración fue galardonada, en 1988, con el Premio “Europa Nostra”. Fernando Díaz de Liaño y Argüelles, diciembre de 2024 |
Excerpt: Por Fernando Díaz de Liaño y Argüelles. |
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