Publicado el 26 de noviembre de 2024.
Queridos troteanos:
Os convocamos a la visita que tendrá lugar el lunes 2 de diciembre, a las 11.45 horas, para ver la iglesia del convento de San Plácido.
La visita está abierta a socios de Trotea y a familiares o conocidos que les acompañen. Es necesario que confirméis vuestra asistencia, no después del jueves 27 de noviembre, a José Luis Díaz de Liaño (teléfono 666 353 221; correo electrónico jdl2008@hotmail.es). El número máximo de asistentes es de 25-30 y la lista se formará por orden de recepción de solicitudes. Los socios de Trotea tendremos que abonar 10 euros y los no socios 12 euros, que haremos efectivos al llegar al punto de encuentro.
La visita será guiada por personal de la Hermandad del Refugio, titular de la cercana iglesia de San Antonio de los Alemanes, que gestiona las visitas al lugar.
Nos reuniremos, pues, el lunes 2 de diciembre, a las 11.45 horas, en la puerta de la iglesia, c/ San Roque 9. La calle ocupa la trasera del Teatro Lara (que se encuentra en la Corredera Baja de San Pablo), por lo que, si se va en metro, las estaciones más próximas son las de Tribunal (líneas 1 y 10), Gran Vía (líneas 1 y 5) y Callao (líneas 3 y 5).
Para información más detenida sobre la visita, podéis seguir leyendo.
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Ya hicimos una visita a este lugar (la segunda de nuestra serie) en 2017, pero el tiempo transcurrido, determinante de que muchos de nuestros socios actuales no tuvieran ocasión de hacerla, y la mejora de las condiciones generales ahora existentes para la visita nos han aconsejado repetirla.
Dos factores nos hacen pensar que no defraudará a nadie. Por un lado, las virtudes artísticas del recinto, que, además de ser arquitectónicamente una joya del barroco madrileño, alberga obras de valor excepcional. Por otro lado, la variedad y extravagancia de algunas de las historias y leyendas a que ha dado lugar.
Las monjas “endemoniadas” y otras leyendas
Hagamos un poco de historia, retrocediendo a la década de 1620, cuando empezó el reinado de Felipe IV. El convento correspondiente a la iglesia que vamos a visitar está vinculado a la figura de Jerónimo de Villanueva, quien, a los 26 años, siendo protonotario de Aragón y estando prometido por su familia a Teresa Valle de la Cerda, acordó con esta renunciar al amor humano y fundar un monasterio al que Teresa aportaría su dote y su vida y Jerónimo su hacienda. Por pacto con el monasterio benedictino de San Martín, obtuvieron la iglesia de San Plácido, que servía de ayuda de parroquia del monasterio, y Villanueva compró el bloque de casas que la rodeaban para constituir ahí el convento de la Encarnación Benita, que así se llama, con escrituras de fundación de 1623 y 1624.
Luego, la carrera de Villanueva experimentaría una espectacular progresión, ya que llegó a secretario del Consejo de Estado y persona de confianza del conde-duque de Olivares; en la práctica, una suerte de “valido del valido”. Las intrigas políticas pusieron en riesgo esa carrera ya en 1628, cuando un oscuro suceso (¿quizá un episodio de histeria colectiva de las monjas del convento?) motivó la apertura por la Inquisición de un proceso contra la priora, el padre confesor y el propio fundador acusándoles de “alumbrados”, es decir, de practicar la herejía que, negando la sumisión a la Iglesia, preconizaba el abandono sin control a la inspiración divina. No sin dificultades, Villanueva consiguió salir indemne, al no serle impuesta ninguna pena, circunstancia que, según la leyenda, le llevó a encargar a Gregorio Hernández la imagen del Cristo yacente que aún puede contemplarse en la capilla de la iglesia.
Aún menos de historia, y más de leyenda, tiene otro relato referido al convento, este vinculado a la ardiente pasión que, según se dice, sintió Felipe IV por una de las novicias, sor Margarita de la Cruz. Tan ardiente que el monarca llegó a irrumpir en su celda, en connivencia con el fundador Villanueva, aunque el intento quedó frustrado por el fingimiento de su propia muerte por parte de la atribulada joven, advertida de antemano. Nueva expiación legendaria y nuevo exvoto: el reloj del convento, que daba las horas imitando el toque de difuntos.
En todo caso, la suerte de Villanueva le volvió definitivamente la espalda cuando, tras la caída del conde-duque de Olivares, en 1644 la Inquisición reabrió el proceso ya mencionado de 1628, le encarceló en Toledo por tres años y le forzó a una humillante abjuración “de levi”, es decir, a un reconocimiento de culpabilidad por sospecha “leve” de herejía y al destierro de la Corte.
Un rey “pasmado”
Este emponzoñado clima político-religioso es el que, con ánimo menos severo, recreó Gonzalo Torrente Ballester para situar en el mismo convento, en su novela Crónica del rey pasmado, un doble y festivo ayuntamiento carnal: del rey Felipe IV con la reina, a la que finalmente podía ver así desnuda, como era su deseo, en una celda y del conde-duque de Olivares con su esposa en el coro, ante las monjas vueltas de espaldas, para impetrar el nacimiento de un heredero varón. El episodio, jocoso pero evidentemente falso, se recogió en varios libelos de la época contra el valido. No se olvide que, para algunos círculos de la época, el acto sexual, incluso dentro del matrimonio, debía tener como único objetivo la procreación, alejada de todo goce.
El convento y la iglesia en la actualidad
En todo caso, ni el convento ni la iglesia actuales tienen nada que ver, en el aspecto material, con los originales. De hecho, el monasterio se ubicó en un principio en un conjunto de casas habilitadas para su adaptación al uso monacal y solo en 1641, cuando ya había transcurrido los episodios antes mencionados, se iniciaron las obras de nueva construcción del edificio definitivo, según proyecto de fray Lorenzo de San Nicolás, fraile agustino que publicó importantes tratados de arquitectura y que trabajó en la Corte como reputado arquitecto de obras religiosas. Posteriormente, el convento tuvo que ser remozado en varias ocasiones hasta que, tras la correspondiente declaración de ruina, en 1911 se procedió a su completa reconstrucción según planos de Rafael Martínez Zapatero.
La iglesia, por su parte, ni siquiera se levantó en vida de Villanueva, sino después, ya que, al fallecer este en 1653, legó la fortuna a su sobrino, de nombre también Jerónimo, con la carga de proveer a su enterramiento mediante la construcción, de acuerdo con las monjas, del templo correspondiente. Así se hizo entre 1655 y 1658 según trazas del mismo fray Lorenzo de San Nicolás. Declarado Bien de Interés Cultural en 1943, el conjunto de convento e iglesia ha sido objeto desde entonces de importantes obras de rehabilitación y restauración.
Desde su fundación, todo el recinto ha estado vinculado a la rama benedictina femenina. Su situación actual se explica por el cambio sustancial que se produjo en 2016 en la gestión de esa orden en España cuando se consultó a las monjas si preferían depender, para las cuestiones relevantes, del ordinario (obispo) del lugar o del superior de la rama masculina. Su decisión fue optar por una fórmula novedosa, la creación de la “Congregación monástica de Santa Hildegarda Von Bingen de monjas benedictinas en España”, dotada de capacidad jurídica propia, que se hizo realidad en 2019 con la aprobación de la Santa Sede. Con el nombre elegido se rendía tributo además a santa Hildegarda, monja benedictina alemana del siglo XII que, nacida en una familia noble y dotada de elevada inteligencia y cultura, es una de las figuras más eminentes del monacato medieval y destacó como escritora, naturalista, médica, mística, profetisa y compositora (la más prolífica autora de música religiosa de la Edad Media en estilo homofónico, es decir, de obras de una sola línea melódica, sin acompañamiento alguno). La Congregación la forman hoy 24 conventos, entre ellos el que ahora nos ocupa.
No obstante, dada la avanzada edad de sus integrantes y la ausencia de nuevas vocaciones (a lo que puede añadirse la decisión del propio convento de no admitir a religiosas no nacidas en España), a mediados de 2023 las pocas monjas que quedaban en San Plácido fueron trasladadas a otros monasterios y el recinto quedó vacío. Sigue dependiendo, sin embargo, en virtud del nuevo régimen ya expuesto, de la citada Congregación.
En 2024 se ha iniciado el sistema actual de visitas gestionadas por la Hermandad del Refugio, titular de la vecina iglesia de San Antonio de los Alemanes, que desde hacía tiempo mantenía con San Plácido relaciones de colaboración y ayuda mutua dentro de un espíritu de “buena vecindad”.
Apoteosis del barroco madrileño
La imagen que transmite la iglesia actual está muy alejada, en todo caso, de los turbulentos episodios antes comentados: de hecho, se construyó, como ya hemos señalado, después de que acontecieran estos. Constituye una de las primeras y más fulgurantes manifestaciones del barroco madrileño y sus trazas se deben a uno de los varios miembros de órdenes religiosas que trabajaron como arquitectos. Tal carácter tuvieron, por ejemplo, el jesuita Pedro Sánchez (autor de la colegiata de San Isidro y de la iglesia de San Antonio de los Alemanes), el también jesuita Francisco Bautista (el “hermano Bautista”, que trazó la pequeña iglesia del Cristo de los Dolores, junto a San Francisco el Grande) y el agustino recoleto fray Lorenzo de San Nicolás, tracista del templo que nos ocupa, como ya hemos dicho ( y asimismo del de las Calatravas).
Con ellos se consolida el barroco en su vertiente de “casticismo madrileño”, caracterizado por la insistencia en la centralidad del espacio (los fueles se concentran en la zona del crucero), el empleo frecuente de cajeados y molduras en lugar de las superficies planas anteriores, la introducción del “retablo marco” para la exhibición de una imagen relevante, en sustitución del antiguo retablo de “calles y cuadros”, y el empleo de materiales pobres (ladrillo, yeso, etc. en lugar de piedra y mármol).
La fachada, en ladrillo, es muy sencilla y solo se adorna con una talla en relieve de la Anunciación, del portugués Manuel Pereira. En cambio, al entrar se ofrece ante nuestra vista un espectáculo deslumbrante. La planta es de cruz latina, pero las dos naves son muy cortas y sus intersecciones están achaflanadas, por lo que se refuerza la idea de centralidad del espacio. El empleo de materiales pobres y de técnicas de construcción simplificadoras, como la cúpula encamonada, no obsta a la búsqueda de una sorprendente espectacularidad escenográfica, a cuyo servicio se pusieron todos los artistas contratados. Así, la bóveda y la cúpula se enriquecen con pinturas de Francisco Ricci, encuadradas en barrocos marcos ficticios con exuberante decoración vegetal.
Tres impresionantes retablos y una capilla inolvidable
Son asimismo excelentes las cuatro tallas de santos seguidores de la orden de san Benito que aparecen en los chaflanes del crucero, todas de Manuel Pereira, el más reputado escultor de la Corte en su época.
Pero por encima de todo atraerán nuestra vista los tres gigantescos retablos barrocos. Son obra de los hermanos Pedro y José de la Torre y destacan por su potencia arquitectónica. Constan de banco, cuerpo (dividido en una calle central y dos laterales por sendas columnas compuestas) y ático, configurando el tipo escultórico que acabaría por llamarse retablo-marco. Su poderosa ornamentación dorada enmarca varias pinturas de Claudio Coello. De ellas, sobresale la Anunciación del altar mayor: pintada por el artista a los 26 años, las figuras de profetas y sibilas de la parte inferior, que remiten a una simbiosis del Antiguo Testamento y la Antigüedad clásica, sustentan una bella imagen de la Virgen, que combina el cromatismo veneciano y la opulencia de Rubens y que tiene una potencia visual sobrecogedora.
Para terminar, en la única capilla del templo, situada a los pies, un retablo de la escuela de Pedro de la Torre con una delicada talla de la Inmaculada. Delante, un Cristo yacente de Gregorio Hernández (ya hemos visto que pudo ser un exvoto del fundador), uno de los mejores de la serie que podemos ver repartida por toda España y que constituye la culminación de su tremendismo barroco.