Visita guiada al Teatro Lara


Publicado el 26 de mayo de 2023.

Esta será la cuarta visita de la serie que tenemos programada para 2023. Tendrá lugar el martes 6 de junio, a las 9.45 horas, y en ella conoceremos por dentro el Teatro Lara. Podemos asistir un máximo de 25 personas.

La visita está abierta a socios de Trotea y a familiares o conocidos que les acompañen. Esnecesario que confirméis vuestra asistencia, no después del 1 de junio, a José Luis Díaz de Liaño (teléfono 666 353 221; correo electrónico jdl2008@hotmail.es). La visita será guiada por personal del propio teatro. Los socios tendremos que abonar 7 euros y los no socios 9 euros, en ambos casos en efectivo, en el momento de la visita.

Nos reuniremos frente al teatro, en la Corredera Baja de San Pablo 15, el martes 6 de juni9o, a las 9.45 horas. Las estaciones de Metro más próximas son las de Callao y Gran Vía, pero también es posible llegar en varios autobuses.

Para información más detenida sobre la visita y para conocer la historia de este atractivo teatro, podéis seguir leyendo.

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La bombonera”

Una casa de vecindad en la Corredera Baja de San Pablo alberga uno de los teatros más interesantes de Madrid. Proyectado en 1879 por el arquitecto Carlos Velasco Peinado en estilo ecléctico (que contrasta con el neomudéjar que él mismo empleó en la fachada de la iglesia de San Fermín de los Navarros, en la actual calle de Eduardo Dato), el teatro fue un encargo de Cándido Lara Ortal, que tras iniciarse como carnicero en la plaza de Antón Martín se había enriquecido abasteciendo al ejército liberal durante la segunda guerra carlista. Miembro del partido liberal de Sagasta, Lara llegó a ser senador por la provincia de Madrid en varias legislaturas, aunque su figura ha quedado en la memoria sobre todo por su condición de mecenas artístico.

El teatro fue conocido desde un principio como la “bombonera de don Cándido” por la belleza de su decoración. Tres pisos, treinta y nueve palcos cómodos y elegantes, trescientas ochenta butacas de rejilla distribuidas en catorce cómodas filas y dos anfiteatros daban cabida a novecientos espectadores, que durante la función quedaban aislados de los ruidos procedentes de la calle debido a que el acceso a la sala se hacía a través de tres vestíbulos.

La espléndida ornamentación interior del Lara corrió a cargo de Julio Bolumburu y se manifiesta en los fondos decorados con papel rojo floreado en oro y las barandillas de hierro primorosamente calado coloreadas en blanco y dorado para los palcos, además de los potentes candelabros de gas.

Destaca asimismo el fresco del techo (“Alegoría del arte”), del granadino José Marcelo Contreras y Muñoz. El pintor, trasladado a Madrid años antes, fue profesor en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y cultivó el género de historia, el retrato y la pintura de costumbres, aunque su obra de mayor envergadura fue la dirección de las labores de decoración de la basílica de San Francisco el Grande.

Fresco en el techo, de José Marcelo Contreras y Muñoz

La inauguración del teatro tuvo lugar en 1880 con la representación de Un novio a pedir de boca, de Manuel Bretón de los Herreros y La ocasión la pintan calva, de Vital Aza y Miguel Ramos, con actuación de una de las más insignes actrices españolas del momento, Balbina Valverde, cuya carrera quedaría luego vinculada durante décadas al Lara.  

Remodelación y vicisitudes

Desde entonces, el teatro se ha mantenido siempre abierto, salvo en etapas contadas de duración relativamente corta. Después de un primer período de gestión por el propietario, al fallecer este en 1915 el teatro (junto con todo el edificio) entró en un segundo período al ser heredado por su hija Milagros Lara Prieto. Esta gastó la enorme cantidad de 100 000 pesetas en reformarlo, encomendando la obra a un arquitecto de prestigio, Jerónimo Pedro Mathet Rodríguez, de talante neobarroco, que a principios del siglo XX trabajó para varios integrantes de la incipiente burguesía que por entonces llenaba las nuevas calles madrileñas de ambiciosos edificios. A él se deben, entre otros, algunas casas del primer tramo de la Gran Vía, así como los tres apabullantes inmuebles de Velázquez 12, 14 y 16, pero en el caso que nos ocupa se limitó a un trabajo más funcional: eliminó la marquesina de la fachada, reformó los vestíbulos para convertirlos en zonas de descanso y dotarlos de mayor amplitud en los accesos, instaló servicios para caballeros y señoras, y dispuso en la planta principal los camerinos para los actores y las actrices, antes ubicados en un patio de vecindad.

El teatro adquirió así en lo sustancial el aspecto que ahora presenta.

Uno de los tres vestíbulos, con el aspecto que ya recibió tras la reforma de Mathet

Cuando Milagros murió en 1931, se observó que en su testamento había dispuesto que se derribara el teatro para levantar viviendas de alquiler y con las rentas sufragar obras benéficas. Aunque la suerte parecía echada, con el apoyo del entonces ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Fernando de los Ríos, se logró sortear tal disposición acogiéndose a un Decreto del Consejo de Ministros de 1912 que establecía literalmente que “las fundaciones pueden constituirse con toda clase de bienes y derechos, y están capacitadas para adquirirlos y poseerlos, pero no podrán retener más inmuebles que los necesarios a los fines de la institución”: los herederos constituyeron, pues, una fundación, con el apellido Lara, destinada a financiar unas escuelas públicas bajo la advocación de Nuestra Señora de La Paloma. Así se mantuvo el espíritu del testamento y al tiempo se salvó el edificio.

En sus dos períodos de existencia hasta entonces, el Lara había funcionado como teatro favorito de la burguesía madrileña, con predilección por la comedia. Llegó un tercero y corto período en 1936, al estallar la guerra civil, ya que fue requisado y ocupado por la cooperativa “Teatro de la Guerra”, que solo admitió el “teatro de agitación”, esencialmente antifascista. En ese entorno acogió, por ejemplo, el estreno de alguna obra de Rafael Alberti.

Conrado Blanco, divulgador de la poesía y empresario teatral

Tras la guerra civil, un nuevo período: el Lara quedó ligado a la figura de Conrado Blanco, impulsor de la creación poética y empresario teatral, que asumió su gestión en 1942. Si su escenario había acogido hasta entonces estrenos de autores como Echegaray, Arniches o Benavente (tras la representación de Los intereses creados en 1907, por ejemplo, este último fue sacado a hombros, como si de un torreo se tratase), incluso de obras como el ballet El amor brujo, de Falla, con Conrado Blanco vieron la luz creaciones de Juan Ignacio Luca de Tena (Don José, Pepe y Pepito, ¿Dónde vas Alfonso XII?), de José María Pemán (La casa) o de Joaquín Calvo Sotelo (La muralla), pero también de otros autores, como Antonio Buero Vallejo (Llegada de los dioses), Alejandro Casona (La llave en el desván) o Antonio Gala (Los buenos días perdidos).

Conrado Blanco abrió incluso el teatro los domingos por la mañana para acoger recitales de poesía (“Alforjas para la poesía”) en los que intervinieron Manuel Machado, Gerardo Diego, Gregorio Marañón o Camilo José Cela. Siguió al frente del Teatro hasta que la crisis económica de la década de los ochenta obligó a echar el cierre en 1985.

Fachada del teatro

El último período

Se abrió un nuevo y último período en 1994, cuando la nueva propietaria, Carmen Troitiño, encargó su remodelación, en un momento en que el edificio ya amenazaba ruina, al arquitecto e ingeniero de caminos Luis Ramírez, quien la asumió por su relación profesional con el sector de la construcción y acabó siendo su propietario.

Desde entonces ha estado arrendado a diferentes empresarios, que mantienen una programación continua. De todo ello y de los múltiples y pequeños detalles de su construcción y ornato se nos hablará en la visita.



 

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